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San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)
14ª. LA LÓGICA DE DIOS (6/I/1970) (1 de 2)
1a « Ubi est qui natus est rex Iudeorum?». Apenas ha nacido Cristo, y ya se reconoce su realeza: ¿dónde está el Rey de los judíos, que acaba de nacer? Van a adorarle unos hombres venidos del Oriente, gente poderosa -quizá eran príncipes o sabios- que se deja arrastrar por una señal externa que no parece un motivo suficientemente razonable. Han recibido una llamada, un mensaje no muy preciso: el fulgor extraordinario de una estrella. Pero no se resisten. Desde el punto de vista humano, parece un poco ilógico que se pongan en camino, afrontando un viaje por rumbos desconocidos, y más aún que pregunten en Jerusalén, donde reinaba otro: «Ubi est rex Iudaorum?», ¿dónde se encuentra el Rey de los judíos?
1a Ev. (Matth. II, 2). ] Matth. II, 2. EdcS, 114.
1b Hay también muchas cosas ilógicas en vuestra vida y en la mía, hijos de mi alma. También nosotros hemos visto una luz, también nosotros hemos escuchado una llamada, también nosotros hemos compartido con esos hombres una inquietud que nos ha llevado a tomar determinaciones que, a los que nos querían, a los que estaban a nuestro lado, quizá no les parecían razonables. Desde el punto de vista humano, tenían razón; pero tú y yo, hijo mío, podríamos decir: « Vidimus stellam eius...», que hemos visto su estrella hemos venido a adorarle.
1b Allel. (Matth. II, 2). ] Ibid. EdcS, 114.
«cosas ilógicas»: la respuesta a la vocación divina sobrepasa los cálculos puramente humanos; se entiende sólo desde una óptica sobrenatural, desde la “lógica de Dios”, como la llama aquí, propia de quien vive de fe.
2a ¿Quién es capaz de precisar cómo se toma la primera decisión de entrega, cuándo nace esa primera ingenuidad y —vuelvo a repetir- esa falta de lógica? Una entrega —yo tengo mi experiencia, y cada uno de vosotros tiene la suya- que hay que renovar cada instante, cada día y, en ocasiones, muchas veces al día, perdido quizá ya el candor de los primeros momentos. Porque nos hemos acercado a Cristo y hemos sentido latir fuerte, fuerte, su Corazón, y hemos llegado a gustar de esas delicias suyas, que son «estar El con los hijos de los hombres»; por todo eso sabemos lo que vale el amor de Dios.
2b Sí, hay que renovar la entrega; hay que volver a pronunciar: Señor, te amo, y decirlo con toda el alma. Aunque la parte sensible no responda, se lo diremos con el calor de la gracia y con la voluntad nuestra: Jesús mío, Rey del universo, te amamos.
2c Quiero insistir en la falta de lógica humana que se ve a lo largo de estos cuarenta y dos años de historia nuestra. Hemos encontrado, hijos, al Herodes que ha querido matar esta gran realidad divina —no es ilusión— de nuestra vida, que nos ha hecho cambiar del todo. También la Obra ha encontrado, más de una vez, a Herodes en su camino. Pero ¡tranquilos, tranquilos! No hemos dejado tantas cosas —los Magos hicieron lo mismo, abandonando incluso el lugar de su residencia, donde tenían quizá poder y eran considerados como personas de mucha categoría-; no hemos dejado nuestros intereses personales por una nimiedad Ahora sabemos muy claramente que el motivo divino, que nos inquietó y nos arrancó de nuestra poltronería, es un motivo que vale la pena. ¡Vale la pena!; nos conviene ser fieles; nos conviene tener tanto amor, que en nuestra vida no quepa el temor.
2c «cuarenta y dos años»: en realidad habían pasado cuarenta y un años y poco más de tres meses, porque los cuarenta y dos se cumplirían el 2 de octubre de 1970. San Josemaría solía emplear el cómputo de años incoados -que algunas veces se usa en ámbito eclesiástico (ver, por ejemplo, el c. 1252 del CIC)-, distinto del cómputo por años vencidos, que es el habitual para recordar un aniversario. Lo mismo se ve en 17.1c.
«Herodes»: habla aquí en términos genéricos, como una alegoría, aunque todos los que le escuchaban sabían las graves contradicciones que había sufrido el Opus Dei a lo largo de su historia, algunas de las cuales pusieron en peligro su misma subsistencia; ver, por ejemplo, AVP III, cap. XVIII.