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29 noviembre 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

La Santísima Trinidad corona a nuestra Madre
Íntimamente unido al dogma de la Asunción de la Virgen, está el privilegio de la Realeza de Santa María. Es el último misterio que se considera en el Rosario.
Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha.
—Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. —Veni: coronaberis. — Ven: serás coronada.
Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de todo lo creado.
Una gran señal apareció en el cielo: una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza.
—Vestido de sol. —La luna a sus pies. María, Virgen sin mancilla, reparó la caída de Eva: y ha pisado, con su planta inmaculada, la cabera del dragón infernal. Hija de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz del Universo.
Y le rinden pleitesía de vasallos los Ángeles..., y los patriarcas y los profetas y los Apóstoles..., y los mártires y los confesores y las vírgenes y todos los santos..., y todos los pecadores y tú y yo..
Así es ensalzada nuestra Madre. Es justo que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo coronen a la Virgen como Reina y Señora de todo lo creado.
—¡Aprovéchate de ese poder! y, con atrevimiento filial, únete a esa fiesta del Cielo. —Yo, a la Madre de Dios y Madre mía, la corono con mis miserias purificadas, porque no tengo piedras preciosas ni virtudes.
—¡Anímate!

«¡Madre de Dios! —dice San Germán de Constantinopla—; lo repito con acción de gracias: tu Asunción de ninguna manera te ha alejado de los cristianos. Tú vives incorruptible y sin embargo no moras lejos de este mundo de corrupción; al contrario, estás cerca de los que te invocan, y los que te buscan con fe te encuentran». Qué paz invade el alma al contemplar este misterio. Ya estamos seguros, ya nada debe preocuparnos: porque Nuestra Señora, coronada Reina de cielos y tierra, es la omnipotencia suplicante delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre. La serenidad gozosa colma la vida entera. Llénate de seguridad: nosotros tenemos por Madre a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, Reina del Cielo y del Mundo.
Es lógico finalizar rememorando una vez más la vida de nuestra Madre, con la riqueza y sencillez que encierra, y contemplarla en su unidad, por el amor que la Virgen tuvo a Dios Uno y Trino, amor que fue la raíz de su fidelidad a la voluntad divina. Un querer que Ella anhela comunicarnos a nosotros, sus hijos. La Virgen. ¿Quién puede ser mejor Maestra de amor a Dios que esta Reina, que esta Señora, que esta Madre, que tiene la relación más íntima con la Trinidad: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, y que es a la vez Madre nuestra?
—Acude personalmente a su intercesión.

Por eso le pedimos a la Santísima Virgen: Recordare, Virgo Mater, in conspectu Dei, ut loquaris pro nobis bona, Virgen Madre de Dios, tú que estás en su presencia, acuérdate de decirle al Señor cosas buenas de cada uno de nosotros. Tú sabes que para alcanzar la santidad hemos de seguir el camino de la identificación con tu Hijo: buscar a Cristo, encontrar a Cristo, amar a Cristo. Para conseguirlo acudimos a ti: No me dejes, ¡Madre!: haz que busque a tu Hijo; haz que encuentre a tu Hijo; haz que ame a tu Hijo... ¡con todo mi ser!
—Acuérdate, Señora, acuérdate.