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25 noviembre 2025

Comentario al Salmo II

Esperanza en la soledad
«Acuérdate de mí cuando estés en el Paraíso»
puede ser tema de diálogo con el Señor cuando,
después de haberle dejado un tiempo, nos
encontremos lejos de EL
Volvemos a María y la encontramos ahora sola,
pues Jesús ha muerto. La Virgen, recogida en
oración, mantiene con su esperanza a los
apóstoles. Tiene grabados en su corazón todos los
momentos de la vida del Señor y ya es tiempo de
contarlos. Serena la inquietud de aquellos hombres
que se encuentran desconcertados y les dice que
confíen, que esperen, que den tiempo al tiempo. La
precipitación es una señal de que aparece la
desconfianza, y María —«Esperanza Nuestra»—
consigue reunirlos en el cenáculo. No sabemos cuál
sería el tema de conversación, pero es fácil adivinar
que, estando Ella presente, se hablaría de Jesús y
todos escucharían sus palabras con fe. María supo
dar paz a los apóstoles. La Esclava del Señor,
cuando es necesario y oportuno, sale del
anonimato para continuar la obra de su Hijo. Sabe,
porque es Sede de la Sabiduría, cómo decirles
aquellas cosas que «ponderaba en su corazón»
durante la vida de Jesús y revive en ellos
situaciones y palabras con un «algo» especial que
les hace descubrir perspectivas nuevas, que Ella
—la Mujer entre las mujeres— descubrió a los que,
metidos en sus preocupaciones, no supieron darles
la profundidad que requerían.
Es el momento en que los apóstoles se dan
cuenta de la santidad de María. Hasta ahora, para
ellos era la Madre de Cristo, un personaje
secundario a quien querían; pero a quien no
habían descubierto en su auténtica dimensión.
María, la Esperanza, la Esclava del Señor,
aparece a sus ojos tan crecida, tan grande, que
vuelve a renacer en ellos la ilusión. Tres días en los
que la Virgen demostró la enorme capacidad de
amor y de sometimiento hacia todo lo que Jesús en
su vida pública había ido enseñando: ¿quién ama
más que María? Ni siquiera San Juan, que reclinó
la cabeza sobre el pecho del Señor, supo ver la
grandeza del corazón de la Virgen hasta que el
Señor en la Cruz se la confió.
¿Quién supo confiar en Jesús más que María?
Por eso la esperanza la tenemos que buscar en
nuestra Madre. Tenemos que pedirle con fuerza que
nos abr a. su corazón y nos explique la vida de
Jesús, para que la conozcamos con mayo»"
amplitud y nos resulte más sencillo imitarle.
Este salmo 2, que comenzamos llamándole de «La
Esperanza», termina, lo terminamos, con esa
advocación que podemos repetir mil y mil veces al día:
Santa María, Esperanza nuestra, Esclava del
Señor, Sede de la Sabiduría: enséñanos a esperar, a
conocer y a amar d Jesucristo.