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21 noviembre 2025

La Pasión

MONASTERIO. Relatos a la sombra de la Cruz

La espera
Mi Señora sabía que, cuando reclamase la presencia de su Esposo, Él vendría sin tardar. Yo, que soy uno de los Ángeles Custodios designados por Yahvé para protegerla, no tuve que sugerirle el modo de hacerlo. En realidad, la Llena de Gracia siempre iba por delante. En aquella ocasión también, y reconozco que hasta me sorprendió cuando vi que sacaba de un pequeño baúl el vestido de fiesta, el mismo que usó el día de su boda con José.
Era un vestido de muchos colores y estaba limpio, resplandeciente como una joya. Es verdad que parecía nuevo, pero María lo miró con cierto recelo. Salomé, la madre de Juan y Santiago, que estaba a su lado, la animó en voz baja:
-Vas a estar bellísima; será como la primera vez.
Unos minutos más tarde, las dos mujeres entraron en la estancia donde se habían reunido los apóstoles, y os aseguro que María parecía, y era, una reina. Los hombres se quedaron en silencio y mi Señora sonrió con cierta timidez. Salomé tomó la palabra:
-Hemos de cumplir el mandato de Jesús. Él nos pidió que esperásemos al Espíritu Santo, unánimes en la misma oración. No sabemos cuándo llegará ni cómo habrá de manifestarse, pero María es su Esposa y tiene una misión especial.
-Es cierto, Salomé -intervino la Señora-, Han pasado muchos años desde que el Ángel me anunció que concebiría al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Estábamos en Nazaret, en aquella casita de adobes tan querida por José y por mí misma. Yo era casi una niña y acababa de moler el trigo en el patio. Nada más entrar en la casa, cuando aún tenía las manos blancas de harina y llevaba el viejo delantal un poco sucio, vi a Gabriel. Supe por él que el Señor se había fijado en la pequeñez de su esclava; el mensajero me llamó «Llena de Gracia» y Dios me tomó como esposa. Aquel día el Verbo se hizo carne en mis entrañas. Ahora el Espíritu va a regresar, y tengo que recibirlo como una novia, con un vestido nuevo y limpio. Lo llamaré para que venga sin tardanza. Lo necesitamos.
Otra vez se hizo silencio en la estancia. Pedro, siempre tan locuaz, solo pudo decir estas pocas palabras:
-Ahora somos tus hijos. Quédate con nosotros hasta que se cumpla la promesa del Maestro. María avanzó hacia el interior y se sentó en el pequeño trono que le indicó Pedro. Toda la estancia se había llenado ya de un aroma que parecía venir del Cielo. Fuera de la habitación comenzaba a llover tenuemente.