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16 noviembre 2025

La Resurrección

Rey Ballesteros. La Resurrección del Señor. Ed. Palabra, Madrid, 2000

El ladrón
Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa (Mt 24, 43).
Mientras soplaba la brisa de la tarde tuvo lugar el último encuentro de Yahweh con el hombre antes de que una noche secular cubriera de espanto la Creación. Entonces Adán, convertido por obra del pecado en fugitivo en el jardín de Dios, se ocultó de su mirada. Ya no era una reunión entre dos amigos, sino el careo entre el dueño de una tierra y un ladrón que se escondía. Podría decirse que, tras aquella conversación, Dios se dejó robar. Si bien el hombre fue expulsado del Paraíso, lo cual suponía el abandono de la presencia de un Dios a quien el propio hombre había desposeído de su trono, a partir de ese momento la Creación quedó en manos del hombre. Tras esas manos se ocultaba Satanás, a quien el ser humano se había entregado. Él era, ahora, el verdadero dueño de la finca. Y entonces llegó la noche...
Susurra ahora entre los montes la nueva brisa del alba. La tierra, reconquistada, alaba a su Señor y brilla el sol en lo más alto del cielo. La fiesta de la luz ha comenzado, y ya no tendrá fin hasta que ese brillo se vea desbordado por la gloria que ha de manifestarse.
Dos hombres, encerrados a cal y canto en una alcoba oscura, caminan hacia Emaús sin percatarse del júbilo eterno que les rodea. Los cantos de los ángeles, los aplausos de los árboles, el silbido feliz del viento cuando roza las montañas y se adentra en los valles, las alabanzas de las aves celestes... No bastaron para despertar a aquellos dos caminantes que dormían entre tinieblas. Sus ventanas estaban atrancadas con leños de muerte, y allí, dentro de su alcoba, aún reinaba Satanás.
El Señor de la mañana, que paseaba triunfalmente por su campo y recorría el sendero de Emaús, se acercó sigiloso a aquella alcoba.
Desde fuera la miró con cariño, y, con toda el ansia de su corazón de hombre y de su poder de Dios, deseó entrar y rescatar dos almas muy queridas, sepultadas allí entre las sombras. Pero ¿cómo hacerlo, sin permiso del dueño de la casa?, ¿cómo entrar en los dominios del antiguo enemigo para clavar el estandarte victorioso de la luz?
De este modo, en la mañana de su victoria, recién despertado del sueño de la muerte, el Señor de la nueva Creación se convirtió en ladrón. Desfigurado el rostro, para no ser reconocido, picó con la aldaba en la puerta, y unió su caminar al de aquellos dos discípulos derrotados y abatidos.
Y así fue como, después del último encuentro, cuando aquella brisa de muerte dejara paso a una noche terrible, cubiertos por el aire amanecido de una brisa de vida eterna, Dios y el hombre volvieron a encontrarse para hablar, una vez más, sobre un árbol. Pero ahora el ladrón, el que se ocultaba, el que pisaba terreno ajeno con la intención de robarlo, era Dios. Y, al igual que Él había hecho miles y miles de años atrás, esperaba con ansia que el hombre no hubiera olvidado, y también se dejase robar.
Caminan juntos, pero ellos no le conocen. Le miran con recelo mientras Él posa en sus rostros unos ojos limpios que anuncian el alba. Están siendo queridos sin saberlo; están siendo acompañados sin advertirlo. Se sienten indefensos y llevan junto a ellos a su protector. ¿Cuántos hombres aún viven así? ¿Cuánto falta para que despierten? ¿Por qué extraña crueldad somos capaces de contemplar diariamente a personas que caminan junto a nosotros como huérfanos de padre y madre, cuando su Dios está tan cerca y el día ya se ha levantado, y no les decimos nada? En muchos casos rezamos por ellos, pero luego esperamos que Dios mismo dinamite sus ventanas, cuando Él nos ha hecho compañeros de camino para abrirlas con nuestras manos.
También a nosotros, que hemos recibido la visita del Señor, Dios nos ha hecho ladrones en esta mañana. ¿Por qué no nos atrevemos a robar? Hay que darse prisa y robar mucho; el botín es inmenso, y el adversario está vencido. Muchas almas esperan a ser rescatadas de las sombras en este comienzo del día, y el mismo Dios espera que escalemos puertas y ventanas para iluminar la tierra y que nadie se pierda el banquete. En esta mañana hay que robar sin miedo, porque el Señor del alba ya nos ha concedido la victoria.
Quiero ahora contemplar a este maestro de ladrones, porque deseo aprender a robar almas, yo también, para Dios. Y, si no apartamos los ojos del camino de Emaús, este robo con escalamiento, con premeditación y alevosía, a plena luz, será el inicio de un santo saqueo, y miles de cerrojos saltarán por los aires, dejando las puertas y ventanas de muchas casas abiertas plenamente a la claridad del alba.