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Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992
El gozo de la Asunción de la Madre de Dios (1 de 2)
En Jerusalén, contemplando la ciudad desde el Monte de los Olivos, es fácil rememorar las antiquísimas celebraciones litúrgicas que conmemoraban la Asunción de la Virgen a los cielos en cuerpo y alma, y considerar también la devoción de los primeros cristianos a este misterio mariano, representada más tarde en los iconos primitivos con intuitiva sencillez: Jesús toma en su brazo izquierdo el alma de María, bajo la figura de una Niña, mientras los ángeles acuden con ricos paños para llevarla al cielo. Así expresaban toda la alegría del misterio.
La Asunción de la Virgen es un dogma de fe proclamado por Pío XII con estas palabras infalibles: «Con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la Nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
Este misterio mariano se rememora en el Rosario. Assumpta est María in coelum: gaudent angeli! —María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Ángeles se alegran!
Así canta la Iglesia. —Y así, con ese clamor de regocijo, comentamos la contemplación en esta decena del Santo Rosario:
Se ha dormido la Madre de Dios. —Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles. Matías sustituyó a Judas.
Y nosotros, por gracia que todos respetan, estamos a su lado también.
Pero Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. —Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. —Tú y yo —niños, al fin— tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla.
La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... —Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Ángeles: ¿Quién es Ésta?.
La alegría invade el alma al contestar: Esta es la Madre de Dios y mi Madre.
María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima.
Desde antiguo los Padres de la Iglesia y los himnos litúrgicos celebran la gloria de este día en que la Madre de Dios, como dice San Gregorio de Tours, «fue trasladada al Paraíso, precedida por el Señor, en medio de coros de ángeles que cantaban».
Siempre ha sido motivo de gozo este misterio en la Iglesia. Ya decía, como saboreando el ser hijo de tal Madre, San Juan Damasceno: «Convenía que aquella que en el parto había conservado íntegra su virginidad, conservase sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Convenía que aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitara en la morada divina. Convenía que la Esposa de Dios entrara en la casa celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la Cruz, recibiendo así en su corazón el dolor de que había estado libre en el parto, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas».
Todos somos sus hijos: ella es Madre de la humanidad entera. Y ahora, la humanidad conmemora su inefable Asunción: María sube a los cielos, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo. Más que Ella, sólo Dios.
Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. De modo análogo a la alegría de la Resurrección, también esta verdad mariana lleva consigo el gozo, porque una vez más se ven cumplidas esas entrañas de justicia y misericordia divinas que premian la fidelidad a los planes de Dios.