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Una costumbre cristiana: Las comuniones espirituales. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 338
Efectos y frutos (1 de 2)
También queda dicho -y cada vez estoy más convencido- de que la razón de no sacar de la Comunión frecuente todo el fruto que debiéramos se debe -en gran medida- a no fomentar debidamente las comuniones espirituales: por no avivar la fe y encendernos más en el amor, por no tener «más apetito» del alimento eucarístico... Insisto en que ésta será la mejor preparación.
Es casi siempre la imperfección de nuestras disposiciones lo que nos impide progresar en la vida interior. Las trabas que se oponen a la acción de la gracia son: nuestra poca fe y nuestro poco amor; pues «los Sacramentos de la Nueva Ley, al mismo tiempo que actúan por su propia virtud, producen un efecto tanto mayor cuanto más perfectas sean las condiciones de quien los recibe».
Ocurre algo similar a lo que pasa con el alimento ordinario: suele aprovechar más si se come bien dispuesto y con apetito... Para que el manjar eucarístico sea más provechoso será conveniente «apetecerlo» más. Y cuanto más lo deseemos, mayores serán los frutos conseguidos...
Ante todo, el gran fruto que debe producir la comunión espiritual es: hacernos más dignos para participar como comensales en el convite eucarístico. Quien suscite comuniones espirituales estará más inflamado en la caridad: Dios sembrará en su alma más gracia para poder amarle más; a El y al prójimo. Unido a esa más presencia de Dios y más unión con El en las obras, esta devoción nos ayudará a aumentar el ansia de purificación y limpieza del alma:
«El deseo de Jesús y de la Iglesia de que todos los fieles se acerquen diariamente al sagrado banquete consiste, sobre todo, en esto: que los fieles, unidos a Dios por virtud del Sacramento, saquen de él fuerza para dominar la sensualidad, para purificarse de las leves culpas cotidianas y para evitar los pecados graves, a los que está sujeta la humana fragilidad». Habla este párrafo del Magisterio de la Iglesia, de la virtud del Sacramento. Por su propia virtud -ex opere operato- la Comunión sacramental produce esos efectos. Ahora bien, la comunión espiritual produce también esos mismos efectos, por virtud de las disposiciones de quien la practica -ex opere operantis-; la diversidad de los frutos en las comuniones espirituales será solamente según las disposiciones -más o menos fe, mayor o menor caridad- del sujeto que la practique.
En la comunión espiritual se reciben los efectos propios de la Eucaristía, los mismos que los de la Comunión sacramental, aunque con menor intensidad; por esto, para alcanzar fruto y eficacia de las comuniones espirituales son necesarias las debidas disposiciones, pues no todo deseo o propósito de querer este Sacramento llega a ser una comunión espiritual eficaz, sino tan sólo aquel que brota de la fe viva en la Eucaristía. Por esta razón gran parte de los teólogos piensan que la perseverancia en la caridad y el estar en gracia de Dios es indispensable para recibir en toda su realidad los frutos de la comunión espiritual.
Cuando se está en gracia de Dios y se realiza la comunión espiritual, se participa de los bienes y gracias espirituales, como suele suceder cuando se comulga sacramentalmente. Pero el que comulgue espiritualmente estando en pecado mortal, según enseñan diferentes autores, no se producirían en él los frutos que esta Comunión suele ocasionar. Incluso alguno llega a decir que aquel que comulgare espiritualmente en estado de pecado mortal y con la disposición de permanecer en él, pecaría gravemente... Pero si lo hiciese con la intención de salir primero de esa situación de pecado, aunque sería un buen deseo, no sería, sin embargo, una comunión espiritual fructuosa, por la razón de no estar en gracia y no poder recibir en tal estado el fruto de la Eucaristía. No obstante, para efectuar eficazmente la comunión espiritual -dicen- no será necesario confesarse, sería suficiente con un acto de contrición. Mientras que si lo que se hace es un acto de atrición -o contrición imperfecta, con dolor de temor-, no habría pecado, tal comunión espiritual sería tenida como un mero buen deseo, pero, eso sí, los frutos característicos de la comunión espiritual no serían producidos.