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San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)
14ª. LA LÓGICA DE DIOS (6/I/1970) (1 de 2)
3a Cada uno, en el fondo de su conciencia, después de confesar; Señor, te pido perdón de mis pecados, puede dirigirse a Dios con confianza absoluta, filial; con la confianza que merece este Padre que —no me canso de repetirlo— nos ama a cada uno de nosotros como una madre a su hijo... Mucho más, no como-, mucho más que una madre a su hijo y que un padre a su hijo primogénito. Es ése el momento de decir a este Dios poderosísimo, sapientísimo, Padre nuestro, que nos ha amado, a cada uno, hasta la muerte y muerte de cruz, que no perderemos la serenidad aunque las cosas, en apariencia, vayan empeorando. Nosotros, hijos, sigamos adelante en nuestro camino, tranquilos, porque Dios nuestro Señor no permitirá que destruyan su Iglesia, no dejará que se pierdan en el mundo las trazas de sus pisadas divinas.
3b Ahora, por desgracia para nosotros y para toda la cristiandad, estamos asistiendo a un intento diabólico de desmantelar la Iglesia, de quitarle tantas manifestaciones de su divina hermosura, atacando directamente la fe, la moral, la disciplina y el culto, de modo descarado hasta en las cosas más importantes. Es un griterío infernal, que pretende enturbiar las nociones fundamentales de la fe católica. Pero no podrán nada, Señor, ni contra tu Iglesia, ni contra tu Obra. Estoy seguro.
3c Una vez más, sin manifestarlo en voz alta, te pido que pongas este remedio y aquel otro. Tú, Señor, nos has dado la inteligencia para que discurramos con ella y te sirvamos mejor. Tenemos obligación de poner de nuestra parte todo lo posible: la insistencia, la tozudez, la perseverancia en nuestra oración, recordando aquellas palabras quo Tú nos has dirigido: «Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y os abrirán».
4a Han llegado los Magos a Belén. Los evangelios apócrifos, que me recen de ordinario una consideración piadosa, aunque no merezcan fe, cuentan cómo ponen sus dones a los pies del Niño; cómo le adoran sin recatarse, cuando encuentran al Rey que están buscando, no en un palacio real, ni rodeado de numerosa servidumbre, sino en un pesebre, entre un buey y una muía, envuelto en unos pañales, en brazos de su Madre y de San José, como una criatura más que acaba de venir al mundo.
4a «Los evangelios apócrifos»: concretamente lo refieren el Evangelio del Pseudomateo, XVI, 2 y el Liber de infamia Salvatoris, n. 92 (edición de Aurelio de SANTOS OTERO, Los Evangelios apócrifos: colección de textos griegos y latinos, Madrid, Editorial Católica, 1956, pp. 229 y 289-290).
4b San Mateo, en el pasaje de su Evangelio que hoy nos propone la Iglesia, termina diciendo: «Y habiendo recibido en sueños un aviso para que no volviesen a Herodes, regresaron a su país por otro camino». Unos hombres extraordinarios en su tiempo, poseedores de una ciencia reconocida, hacen caso de un sueño. Otra vez es poco lógico su comportamiento. ¡Tantas cosas humanamente ilógicas, pero llenas de la lógica de Dios, hay también en nuestra vida!
4c Hijos míos, vamos a acercarnos al grupo formado por esta trinidad de la tierra: Jesús, María, José. Yo me meto en un rincón; no me atrevo a acercarme a Jesús, porque todas las miserias mías se ponen de pie: las pasadas, las presentes. Me da como vergüenza, pero entiendo también que Cristo Jesús me echa una mirada de cariño. Entonces me acerco a su Madre y a San José, este hombre tan ignorado durante siglos, que le sirvió de padre en la tierra. Y a Jesús le digo: Señor, quisiera ser tuyo de verdad, que mis pensamientos, mis obras, mi vivir entero fueran tuyos. Pero ya ves: esta pobre miseria humana me ha hecho ir de aquí para allá tantas veces...
4d Me hubiese gustado ser tuyo desde el primer momento: desde el primer latido de mi corazón, desde el primer instante en el que la razón mía comenzó a ejercitarse. No soy digno de ser -y sin tu ayuda no llegaré a serlo nunca- tu hermano, tu hijo y tu amor. Tú sí que eres mi hermano y mi amor, y también soy tu hijo.
4e Y si no puedo coger a Cristo y abrazarlo contra mi pecho, me haré pequeño. Esto sí que podemos hacerlo, y cabe dentro del espíritu nuestro, de nuestro aire de familia. Me haré pequeño e iré a María. Si Ella tiene sobre su brazo derecho a su Hijo Jesús, yo, que soy hijo suyo también, tendré allí también un sitio. La Madre de Dios me cogerá con el otro brazo, y nos apretará juntos contra su pecho.