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Una costumbre cristiana: Las comuniones espirituales. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 338
Lo que han dicho los santos y los maestros de vida cristiana sobre la comunión espiritual (1 de 2)
He aludido antes a que la vida de muchos santos ha sido una continua y encendida aspiración de su alma hacia la unión eucarística. Es una especie de atracción o recíproco influjo el que media entre el Santísimo Sacramento y los siervos de Dios. La Eucaristía atrae por vías un tanto misteriosas a los santos, al par que ellos han recibido el poderoso don de atraer -a los demás- a la Eucaristía.
Cuando se clarifica el fundamento teológico y aparecen las enseñanzas magisteriales, es cuando los autores de espiritualidad y los maestros de vida interior -por lo general almas santas- vuelcan esta doctrina en formas prácticas y ejercicios de piedad eucarística, recomendando y poniendo esta devoción al alcance de todos los fieles, como consta en abundantes libros y manuales de piedad.
Antes de pasar adelante me interesa hacer una observación: Aunque los ejemplos que cito son de almas con una talla espiritual elevada –personas muy llenas de Dios-, las comuniones espirituales pueden ser, y son también, patrimonio de gente sencilla y corriente cuya biografía desconocemos...
¡Cuántos fieles cristianos que pasaron inadvertidas -no para Dios- han practicado a lo largo de los tiempos esta sólida devoción eucarística!
Han experimentado que la Eucaristía es alimento espiritual que Dios reserva para todos los que llegan a comprender su inestimable «valor nutritivo» y la desean ardientemente. ¡Ha calado bien en sus almas dos cosas: valorarla y desearla! Si se me disculpa, diré que a mí en concreto, en mi infancia -como parte de las elementales prácticas de piedad- mi abuela me enseñó desde muy crío a hacer actos de unión y deseo del Señor Sacramentado... Que nadie piense que puede ser una «devoción pasada de moda», de gentes de otra época. ¡Por favor, no cometamos la estupidez -por desgracia tan extendida- de confundir lo antiguo con lo anticuado!
Hoy, estoy seguro, son muchos y muchas, y de todas las edades, los que viven y repiten frecuentemente a lo largo del día esta costumbre de siempre, y ¡qué bien les va! En la calle, en la oficina, en el campo, en el fondo de la mina, en alta mar, en el «bus», en el aula, en el taller o en la carretera...; porque cualquier sitio -«entre los pucheros...» también- es bueno tratar a nuestro Dios.
Me han contado de un viajante que cuando en su recorrido profesional pasa con su coche cerca de una iglesia donde está el Santísimo, trata de encontrarse con el Señor saludándole de un modo tan normal como original: hace sonar ligeramente el «claxon», al tiempo que recita la oración de la comunión espiritual: Yo quisiera, Señor, recibiros... Me parece un buen «truco», un buen saludo y un «buen despertador» para aumentar el número de comuniones espirituales a lo largo de la jornada laboral.
Aunque cualquier lugar y hora son buenos, puede haber sitios y momentos concretos en los que la comunión espiritual tiene un mejor asiento -como en el caso reseñado-: cada vez que uno pasa delante de una iglesia; cuando nos disponemos para asistir -o ya se va camino del templo- al santo Sacrificio; al comenzar el día o al retirarse al descanso -ese tiempo de la noche lleno de comuniones espirituales, ¡cuánto bien hace!-; insisto en que cualquier lugar, en cualquier momento, podemos unimos a Jesús presente en la Eucaristía, aunque -por supuesto- esta práctica cobra mucho mayor sentido y ocasión propicia cuando nos encontramos ante el Pan de Vida, especialmente durante el tiempo de la Santa Misa, o en la Exposición solemne, o en las Visitas al Santísimo...