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7 octubre 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid

ABRAZAD LA BUENA DOCTRINA
El don de piedad (1 de 2)
Nosotros, como los apóstoles, le pedimos al Señor que nos explique la parábola. El Señor nos dice: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre. El campo es el mundo. La buena simiente son los hijos de la luz; la cizaña, los hijos del espíritu maligno. El enemigo que sembró ésta es el diablo, la siega es el fin del mundo».
Hemos comprendido cuál es nuestro sitio para que la semilla llegue a fructificar. Si somos los hijos de la luz nos tenemos que preocupar de que esa simiente no se pierda entre la cizaña.
Para ello nos encontramos en la necesidad de prepararnos, de documentarnos, para conocer a fondo la doctrina católica y saber el porqué de las cosas. La fe sin la doctrina es insuficiente.
A través de unas palabras de Pablo VI vamos a comenzar a fortalecer nuestra piedad.
«Quiero que el laico sea despierto, instruido y culto; quiero que esté convencido de la función salvadora y liberadora de la verdad cristiana; quiero que, a la posesión de esta verdad, acompañe el sentido de responsabilidad de su profesión y de su difusión; quiero que toda alma, cada edad, cada familia, sea capaz de un testimonio propio; quiero que la armonía de pensamientos, de voces, de obras, exalte con fuerza y alegría el sentido de la Iglesia en su interior y ofrezca al extraño la fascinación de la vida interpretada en su verdad y en su plenitud».
Es un programa amplio, positivo y lleno de esperanza, que nos atrae para hacerlo nuestro.
«Quiero que el laico sea despierto»; tenemos precedentes en el Evangelio de que los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz. Y no estamos dispuestos a corroborar con nuestra vida esta afirmación. Estar alerta, conocer las diferentes situaciones y circunstancias que el enemigo va a aprovechar. Vamos a quitar de nuestras obras la pereza que nos lleva a volvernos indiferentes ante las cosas de Dios. Es fácil colocar el interés, que ponemos en cualquier situación humana, en las relaciones con Dios. Establecer un contacto, una convivencia en la que, de un modo natural, lo divino entre a formar parte de lo humano.
«Era un hombre rico que tenía un administrador, a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando". Se dijo a sí mismo el administrador: "¿Qué haré, pues mi Señor me quita la administración? Cavar no puedo; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas"».
El Señor ha dejado en nuestras manos su riqueza para que la administremos. Nosotros nada teníamos: de El hemos recibido la existencia, nos ha hecho hijos suyos, después del pecado, y nos ha dado una situación en la vida para que con ella le diéramos alabanza, correspondiéramos, en parte, a la confianza que puso en nosotros. La riqueza para que la hiciéramos fructificar en un mundo creado especialmente para nosotros. Con la idea de que permaneciéramos en su presencia y que el holocausto de nuestro sacrificio fuera semejante al de Abel, que agradaba a Dios. ¿Cuál es nuestra situación? ¿Qué responderíamos si el Señor nos pidiera cuentas ahora?
Es indudable que el examen personal aparece como algo necesario para conocer el estado en que nos hallamos.
¿Qué es lo primero que deseas de mí?, surge la respuesta en forma del primer mandamiento. Siempre el amor arrebata el primer puesto. ¿Me quieres? ¿Me tienes presente? ¿Por qué ese olvido? ¿Me buscas, no sólo en los tiempos de dolor o de desgracia, sino también en la alegría, en el placer o en la diversión?
Es un examen muy sencillo que debemos convertir en norma de vida. Unos minutos, muy pocos, en la presencia de Dios, bajo la advocación del Espíritu Santo, para que al iluminarnos nos dé fortaleza para admitir que aquello realmente necesita enmienda. ¿Te he ofendido? Si siete veces cae el justo, como dice la Escritura, no podemos pensar que somos mejores que él, y en estas faltas encontramos el propósito para el día siguiente. ¿Te he agradado? Siempre podemos hacer algo bueno para luego presentarlo al Señor. Es un aliciente que fortalece a la esperanza y nos ayuda a seguir adelante. ¿He podido hacer algo mejor? Es el capítulo más largo; tantas cosas asoman a nuestra mente, que recogerlas todas es tarea larga. Por eso, la más importante, la que afecta al amor de un modo más ostensible, ésa es en la que debemos fijarnos para pedir perdón.