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30 octubre 2025

La Eucaristía

Una costumbre cristiana: Las comuniones espirituales. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 338

La intención basta
Oía contar no hace mucho el gesto de cierto alumno que un día estaba en clase «en mal plan». Se había propuesto «cargarse» la clase. Su actitud desenfadada e insolente impedía desarrollar el tema y la atención de sus compañeros. El profesor intentó de varios modos que se serenase, ¡pero nada...! Como tuvo que ponerse bastante serio, luego, aquel «buen alumno» aducía en su descargo que el profesor había intentado pegarle.
-Pero, ¿te pegué? -le decía.
-¡A mí con la intención me basta! -contestó... (?).
¡Cuánto valor, importancia e influencia se le atribuye a la intención! Y es que muchas veces, también desde el punto de vista de la doctrina cristiana, este dicho popular: la intención basta, puede ser una gran verdad.
Si hay advertencia e intención, si el pensamiento asiente con deliberación y consentimiento, el acto es irrevocable: tocó a Dios. Es un acto real, bueno o malo, merecedor de premio o de castigo...
Normalmente los hombres -las leyes humanas- no juzgan sobre las intenciones. Ni la misma Iglesia... Suele decirse: De internis neque Ecclesia, de las cosas interiores no juzga ni la Iglesia. Pertenecen a la conciencia de cada uno... Pero Dios sí. Por ejemplo, los pecados de pensamiento -consentidos- son actos internos culpables. Si se admite deliberadamente la tentación del acto interno, ya tocó a Dios; hay una infracción moral. También es semejante la realidad del mérito en los actos internos buenos: el Señor premiará no solamente las obras y palabras buenas, sino todo buen pensamiento y deseo, todo acto interno de amor a Dios.
Así describe los actos interiores buenos un autor inglés:
"Para ejecutados basta una simple mirada mental, tan veloz como el rayo, que llega a penetrar hasta lo más alto de los cielos... Actos de amor divino que podemos multiplicados a nuestro antojo, y más allá de lo que alcanza el cálculo, aun en medio de aquellas ocupaciones que aparentemente ocasionan mayor distracción..., y lejos de desvirtuarse con la repetición, van -por el contrario- creciendo en intensidad y eficacia; y para ejecutados no se requiere hacer ningún esfuerzo: hasta es un placer para nuestro ánimo el emplearnos en tantas ocupaciones...
Estos actos internos de devoción producen a veces en el alma mayor impresión que los otros externos, porque tienen la ventaja de ser más numerosos, y pueden ejecutarse con mayor facilidad que las acciones exteriores».
Al juzgar sobre la moralidad de estos actos, la teología afirma: el acto externo no añade al interno -al que procede de la voluntad- más que cierta intensidad en su originaria bondad o malicia. Las palabras, las obras no son sino simples accidentes...
Este valor de la interioridad de la voluntad humana -querer es poder- se observa también al estudiar los diferentes posibles modos de recibir los sacramentos. Por ejemplo, los casos del bautismo de deseo y de la contrición perfecta pueden damos un poco de luz al considerar cómo la fuerza del deseo puede suplir -en cierta manera- la recepción sacramental. El bautismo de deseo es algo más que un anhelo de la gracia de la justificación, es algo suficiente para que pueda darse la gracia salvadora y se produzca el acto de caridad. Algo parecido sucede con la petición de perdón inspirada por un movimiento de perfecta contrición -incluyendo el propósito de confesar los pecados en cuanto se pueda-; no es solamente la simple expectativa de un perdón que se espera y que será más tarde otorgado por el Sacramento, sino que este perdón desciende sobre el pecador en el mismo momento en que se arrepiente. Incluso puede ocurrir si esto tiene lugar en el marco de un simple examen de conciencia, De ahí el interés de suscitar actos de contrición -dolor de Amor-, porque unidos al deseo de recibir el sacramento de la Penitencia pueden traer ya la gracia salvadora.
De un modo semejante ocurre con la cuestión que nos ocupa, que el deseo intenso suple al acto cuando éste no puede ser realizado, es la condicion principal para hacer de verdad una comunión espiritual: tener hambre de Eucaristía, deseada...; con esto ya se hace un acto que tocó a Dios.
La comunión se recibe ya -de algún modo- cuando se desea vivamente y con el propósito de hacer lo posible para recibida materialmente.
También en este punto nos da luz Santo Tomás cuando enseña que el fin está ya de alguna manera contenido en el deseo, porque el Señor no rehuye a los que le buscan: un movimiento del alma hacia la Vida viene a ser ya un movimiento que trae Vida. El deseo dilata el alma y la adapta al objeto deseado. Por decido de alguna manera, la hace proporcionada a Dios..., pues el deseo nos hace aspirar a lo infinito. La consecuencia es que si nos aproximamos a la vida de Cristo en la Eucaristía, Cristo viene a nosotros.
Es importante para entender esto la citada distinción teológica de San Agustín entre «el signo»-sacramentum- y «la realidad que nos da el sacramento» -res sacramenti-, que es el mismo Cristo. Es el deseo lo que nos hace tener la realidad -al mismo Cristo- cuando no es posible recibir el signo instituido para darnos esa misma realidad.