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Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid
ABRAZAD LA BUENA DOCTRINA
Sentido de responsabilidad de su profesión y de su difusión
Este sentido de responsabilidad de profesar la doctrina y encargarnos de su difusión pide, solicita, que estemos en disposición de adquirir ese don de lenguas para sabernos acoplar a las distintas mentalidades. Es responsable el que acepta llevar sobre sí lo que le corresponde y, además, lo hace con interés, poniendo de su parte todo lo que puede, pidiendo con fuerza la ayuda de Dios.
En la Sagrada Escritura encontramos este pasaje: «He aquí que un eunuco etíope, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros y había venido a adorar a Jerusalén, regresaba sentado en su carro leyendo al profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: "Acércate y ponte junto a ese carro". Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías, y le dijo: "¿Entiendes lo que vas leyendo?". El contestó: ¿"Cómo lo voy a entender si nadie me hace de guía? ».
Es una situación con la que nos podemos encontrar nosotros en cualquier momento. Personas, amigos nuestros que tienen fe y grandes deseos de conocer a Cristo, y que se encuentran sin nadie que les explique, que les haga de guía.
Si hasta ahora hemos estado fomentando el trato con Dios y nos hemos preocupado de tener esa piedad doctrinal, nos alegra el encuentro de poder dar lo que tenemos, enseñar lo que sabemos y conseguir esa fertilidad del espíritu, que debe de ser la pasión del verdadero cristiano. Qué alegría más grande podemos tener que la de escuchar aquellas palabras: ¿Hay impedimento para que yo sea bautizado?
Profesar la fe trae consigo su difusión; el testimonio personal, el mensaje que podemos dar con una vida recta es precisamente lo que el Señor nos pide: el apostolado. Tenemos que ofrecer al que no conoce a Cristo esa fascinación de una vida ejemplar. Nuestra misión es ir llenando ese vacío que hay en los corazones que no aman a Dios. Vacío que no saben cómo llenar y que ocupan la desconfianza y la soledad. Hay que desplazarlas comprendiendo que su vida es así porque nadie, con paciencia y amor, les ha ido explicando que Dios es amor y que Dios es Padre, y que todos tenemos acceso a la vida de Dios. Esto no se consigue con palabras ni con bonitas ideas, sino con esa armonía de pensamiento, de voces y de obras que nos pide el Papa.
La buena semilla fructifica y, aunque a su alrededor se empeña en crecer la cizaña, todavía no es tiempo de cortarla, pero sí es tiempo de no echarle, por descuido, abono para que pueda fortalecerse.
Ese «abrazad la buena doctrina», del Salmo 2, compensa el esfuerzo y la lucha para conseguir el bien.