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Una costumbre cristiana: Las comuniones espirituales. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 338
Lo que han dicho los santos y los maestros de vida cristiana sobre la comunión espiritual (2 de 2)
¡El está ahí para que le comamos! Si estamos en Misa y no podemos comulgar, al menos sí podemos «acercarnos» a Jesucristo de esta manera. En tiempos en que la comunión frecuente no lo era tanto, los manuales de piedad aconsejaban que en los momentos de la Misa en que comulga el sacerdote es cuando caben estupendamente los actos propios de la comunión espiritual, porque ayudan mucho a preparar la sacramental, y si no se va a recibir, también nos hacen participar de una manera íntima y personal en el santo Sacrificio de la Cruz, uniéndonos con Jesucristo en espíritu y «alimentándonos» de El con la intención.
En fin, que practicar esta devoción no tiene límites, porque no los tiene el vivir de fe y el vivir de amor, y como «no se le pueden poner puertas al campo», en cualquier momento, en cualquier lugar, siempre que se quiera, podremos practicar, para provecho de nuestra alma, esta particular devoción, tan fácil de hacer y de vivir...
Así nos lo enseñan con sus dichos y hechos tantos hombres de Dios, que le han tratado intensamente en la Eucaristía y han irradiado por doquier esta práctica; abundan los testimonios de quienes por este medio se han identificado con Cristo, dándole a la comunión espiritual un estimado poder para encauzar la vida interior del cristiano, como refleja el dicho atribuido a San Leonardo de Porto Mauricio: Basta un mes de perseverantes comuniones espirituales para quedar cambiados del todo espiritualmente.
Los hay que, imbuidos de amor por el Santísimo Sacramento, repetidamente lo deseaban: tenían el hábito de hacer muchas comuniones espirituales al día, incluso centenares de veces.
Santa Teresa de Avila la encarece mucho a sus hijas. Santa Angela de Merici hace lo mismo: deja a modo de legado espiritual a sus hijas la recomendación de no abandonar esta práctica eucarística. Se sabe de ella que, en tanto no llegaba el momento de recibir la Comunión cada día, la suplía con frecuentes comuniones espirituales, que hacía sobre todo durante la Misa, y como fruto de ellas se sentía inundada de gracias semejantes a aquellas que recibía cuando comulgaba sacramentalmente.
Es San Alfonso María quien sintetiza y hasta llega a hacer popular la comunión espiritual: «con un acto de amor está todo hecho»; y la define así: es un ardiente deseo de recibir a Jesús Sacramentado en un cariñoso abrazo que se le da como si le recibiéramos de hecho. En su famoso libro Visitas al Santísimo enseña: las personas que deseen ir creciendo en el amor de Jesucristo hagan una comunión espiritual en cada visita, y otra en cada Misa; aunque sería mejor que fuesen tres, una al principio, atra al medio y otra al final... Y añade dos oraciones para comulgar espiritualmente, una más larga -transcrita anteriormente- y otra más breve.
Otro clásico de la espiritualidad, el P. Alonso Rodríguez, se refiere ampliamente a esta costumbre con una imagen muy gráfica: Así como al goloso se le van los ojos tras la golosina, así se nos han de ir los ojos y el corazón tras este divino manjar.
Con su habitual y genial ingenuidad enseñaba el santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, que la comunión espiritual es semejante al soplo del fuelle sobre el rescoldo de unas cenizas que empiezan a apagarse: «Cuando sintamos que el amor de Dios se enfría -decía- ¡pronto: una comunión espiritual/». Se cuenta también de él que, hallándose una vez muy afligido porque sólo le era dado comulgar una vez al día, cayó en la cuenta de su error al reflexionar que podía hacerla con el deseo un número ilimitado de veces.
Como se nos da a modo de manjar, la Comunión es cosa de cada día, pero por no poder comulgar más de una vez al día, si no el uso sería abuso, se avivó el deseo de recibirla a menudo a impulsos del amor a Jesucristo. Si les fuera posible, las almas enamoradas del Señor comulgarían en todo tiempo y lugar...
Recuerdo haber leído que decía el Señor a la Beata Ida de Lovaina: ¡Llámame y vendré! Y esta generosa alma imploraba al punto: ¡Jesús, ven...! Es el clamor que han de repetir cuantos conocen la importancia del deseo en la vida interior.
Unida al ansia de estas -y muchísimas más- almas santas, quiero dejar constancia de esas mismas ansias que suelen tener los pequeños de que llegue pronto el día de su Primera Comunión. Podéis comprobar -lo he visto en muchos casos-, ¡cómo anhelan que Jesús venga a sus corazones! ¡Cuánto les tarda este día! ¡Con qué alegría lo esperan...! Sobre todo, durante el período de preparación inmediata -ya desde esta temprana edad- es muy apropiado enseñarles a unirse con Jesús a través de las comuniones espirituales.
En una ocasión pude comprobar lo bien que prendió este deseo en un niño inquieto que escribió en su cuaderno de Primera Comunión, en la página que se le pedía componer una oración al Señor: ¡Jesús, yo quiero recibirte pronto, te lo pido por favor!