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11 octubre 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

Encuentro de la Virgen con su Hijo camino al Calvario
Cristo es el Redentor del mundo, y su Madre «mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, donde estuvo a pie firme no sin designio divino; padeció profundamente junto con su Unigénito, y se asoció a su sacrificio con corazón materno, dando su consentimiento amoroso a la inmolación de la Víctima nacida de Ella», dice la Lumen Gentium..
La Virgen Santísima nos muestra el inmenso valor del sufrir por amor a Dios: si Dios ha querido ensalzar a su Madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: «bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron», el Señor responde: «bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica». Era el elogio de su Madre, de su fíat, del «hágase» sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada.
Para valorar algo del dolor de nuestra Madre, podemos contemplar cómo acompañó a Jesús en su Pasión, sabiendo que es insondable la hondura de su sufrir.
Cristo, urgido por el amor a los hombres, anhela llegar al Calvario. Se acerca el fin de aquel ansia que le hizo exclamar: «Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me siento constreñido hasta que se cumpla!».
El afán de sacrificio invade también el alma de la Virgen. Cuando se ha producido la desbandada apostólica y el pueblo embravecido rompe sus gargantas en odio hacia Jesucristo, Santa María sigue de cerca a su Hijo por las calles de Jerusalén. No le arredra el clamor de la muchedumbre, ni deja de acompañar al Redentor mientras todos los del cortejo, en el anonimato, se hacen cobardemente valientes para maltratar a Cristo.
Invócala con fuerza: Virgo fidelis!
¡Virgen fiel!, y ruégale que los que nos decimos amigos de Dios lo seamos de veras y a todas las horas. El evangelista San Lucas narra el encuentro de Cristo con las mujeres antes de llegar al Calvario; desde antiguo la Tradición ha incluido entre ellas a la Virgen. Ha esperado Jesús este encuentro con su Madre. ¡Cuántos recuerdos de infancia!: Belén, el lejano Egipto, la aldea de Nazaret. Ahora, también la quiere junto a sí, en el Calvario.
¡La necesitamos!... En la oscuridad de la noche, cuando un niño pequeño tiene miedo, grita: ¡mamá!
Así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón: ¡Madre!, ¡mamá!, no me dejes.