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Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004
Visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur
Con la luz de la fe
¡Qué patente se alza el fracaso de los sentidos ante el Santísimo Sacramento! La experiencia sensible, camino natural para que nuestra inteligencia conozca lo que son las cosas, aquí no basta. Sólo el oído salva al hombre del naufragio sensible ante la Eucaristía.
Sólo oyendo la Palabra de Dios que revela lo que la mente no percibe a través de la sensibilidad, y acogiéndola con la fe, se llega a saber que la sustancia —aunque lo parezca— no es pan sino el cuerpo de Cristo, no es vino sino la sangre del Redentor.
También la inteligencia zozobra, porque no alcanza ni alcanzará jamás a comprender la posibilidad de que permaneciendo lo sensible —las "especies"— del pan y del vino, la realidad sustancial constituya el Cuerpo y la Sangre de Cristo. «Lo que no comprendes y no ves, lo afirma una fe viva, más allá del orden propio de las cosas».
Por esta virtud teologal se consigue, ante el Misterio eucarístico, la certeza que a la sola razón humana se presenta como imposible.
«Señor, yo creo firmemente. ¡Gracias por habernos concedido la fe! Creo en Ti, en esa maravilla de amor que es tu Presencia Real bajo las especies eucarísticas, después de la consagración, en el altar y en los Sagrarios donde estás reservado. Creo más que si te escuchara con mis oídos, más que si te viera con mis ojos, más que si te tocara con mis manos».
«Es toda nuestra fe la que se pone en acto cuando creemos en Jesús, en su presencia real bajo los accidentes del pan y del vino».
Fe en el poder del Creador; fe en Jesús, que afirma: «Esto es mi cuerpo», y añade: «Éste es el cáliz de mi sangre»; fe en la acción inefable del Espíritu Santo, que intervino en la encarnación del Verbo en el seno de la Virgen e interviene en la admirable conversión eucarística, en la transubstanciación.
Fe en la Iglesia, que nos enseña: «Cristo Redentor nuestro dijo ser verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la apariencia de pan (Mt 26, 26 ss; Mc 14, 22 ss; Lc 22, 19 ss; 1Co 11, 24 ss); de ahí que la Iglesia de Dios tuvo siempre la persuasión, y ahora nuevamente lo declara en este santo Concilio, que por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. La cual conversión, propia y convenientemente, fue llamada transubstanciación por la Santa Iglesia Católica».
En continuidad con este Concilio y con la entera Tradición, el Magisterio posterior ha insistido en que «toda explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el cuerpo y la sangre adorables de Cristo Jesús son los que están realmente delante de nosotros».
Os aconsejo que, especialmente a lo largo de este Año de la Eucaristía, releáis y meditéis algunos de los más importantes documentos que el Magisterio de la Iglesia ha dedicado al Santísimo Sacramento.
Acojamos con agradecimiento íntimo estos venerados textos, reforzando nuestra obœdientia fidei a la Palabra de Dios que en esas enseñanzas se nos transmite con autoridad dada por Jesucristo.