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5 enero 2025

La Resurrección

Rey Ballesteros. La Resurrección del Señor. Ed. Palabra, Madrid, 2000

LA PRIMERA NOTICIA (1 DE 2)
Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos (Mt 28, 8).
Mirad a las gentes, contemplad, quedad estupefactos, atónitos: voy a hacer yo una obra en vuestros días que no creeríais si se os contara (Ha 1, 5).
Llegados a este punto, resulta sumamente difícil conocer cómo se realizó realmente el anuncio. Los datos que nos aportan los evangelistas son tan difíciles de reconciliar, que lo único que podemos saber de cierto es que aquella mañana de domingo reinó entre los cristianos un nerviosismo descomunal. Transcribo la narración que de la noticia hacen Marcos, Lucas y Juan, para que el lector alcance conmigo el máximo grado de confusión; casi podríamos decir que ninguno de los cuatro relatos encaja con sus tres paralelos:
Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo... (Mc 16, 8).
Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían (Lc 24, 9-11).
El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto» (Jn 20, 1-2).
Si hacemos caso a Marcos, el anuncio no se produjo, debido al miedo de las mujeres. Lucas, sin embargo, afirma que el anuncio de la resurrección de Cristo tuvo lugar, y obtuvo como respuesta la incredulidad de los apóstoles. Juan, por su parte, no habla de varias mujeres, como los demás -especialmente Lucas, quien las cita por sus nombres-, sino de una sola, María Magdalena, y pone en su boca un relato sesgado y parcial, que más bien sería una interpretación falsa de lo ocurrido. De otro lado, si el suceso se transmitió así, no tiene sentido la incredulidad que, según Lucas, se suscitó en los oyentes, la cual sólo se explica ante la noticia de que un muerto ha vuelto a la vida. Situados frente a semejante panorama, ¿quién se atrevería a decir que los Evangelios fueron escritos para dar veracidad a una falsa noticia acerca de la resurrección de Cristo? Como farsa, los Evangelios son un completo desastre.
Una vez más, todo depende del modo en que nos acerquemos a la Palabra de Dios. Hasta tal punto esta Palabra es respetuosa con la libertad humana, que nunca se muestra como una verdad avasalladora, ante la cual el hombre no puede sino caer de rodillas. Es parte de lo que podríamos llamar «pedagogía divina», porque Dios, que desea una respuesta libre de amor, siempre deja al hombre, con sus llamadas, la puerta abierta al rechazo. A muchos les gustaría, como a los fariseos que pedían una gran señal (cf. Mt 12, 38) o al rico Epulón cuando solicitaba la presencia de un muerto en casa de sus familiares (cf. Le 16, 27-28), que la divinidad se manifestase arrolladoramente, sin dejar cauce alguno a la incredulidad. Y, sin embargo, no parece ser ése el estilo de un Dios que, al hacerse hombre, ha corrido el riesgo de dejarse crucificar. Su Palabra está impregnada de ese mismo estilo, que se muestra muy especialmente en las parábolas: en ellas, es posible, a quien no quiere creer, encontrar una interpretación torcida que no le acerque a la verdad, o simplemente limitarse a no entender. Las parábolas no le ahorran al hombre el trabajo de encontrar la verdad, precisamente porque no son directas: en ellas queda siempre un camino por recorrer, y ese camino, el paso de la imagen a la realidad, tiene que recorrerlo el hombre. Quien no desee conocer su contenido, no está obligado a ello: le basta con no mover pieza, con dejar pasar su turno, o mover la pieza equivocada. Sólo quien busca la verdad entiende las parábolas, porque sólo esa persona cruza la puerta que la parábola abre ante sí.
A vosotros se os ha dado el conocer los místenos del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean y, oyendo, no entiendan (Lc 8, 10).
La Palabra de Dios está cerrada para los sabios y entendidos, y abierta sólo a los humildes (cf. Le 10, 21).