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23 enero 2025

La Eucaristía

Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004

Credo quidquid dixit Dei Filius; nil hoc verbo veritatis verius
Una actitud de confianza

En el plano natural, es lógico subrayar la importancia de la experiencia sensible, como fundamento de la ciencia y del saber. Pero si los ojos se quedan «pegados a las cosas terrenas», no es difícil o extraño que suceda lo que describía nuestro Padre: «Los ojos se embotan; la razón se cree autosuficiente para entender todo, prescindiendo de Dios (...).
La inteligencia humana se considera el centro del universo, se entusiasma de nuevo con el "seréis como dioses" (Gn 3, 5) y, al llenarse de amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios».
En una época que «fomenta un clima mundial para centrar todo en el hombre; un ambiente de materialismo, desconocedor de la vocación trascendente del hombre», hemos de cultivar en nosotros y difundir a nuestro alrededor la actitud de apertura a los demás, de confianza razonable en la palabra de los otros.
Antes os señalaba que, para comprender el «derroche divino» de la Eucaristía, es preciso "saber querer"; considerad también que es igualmente necesario "saber oír" y confiar, ante todo, en Dios y en su Iglesia.
La fe —sometimiento y, a la vez, elevación de la inteligencia— en Jesús sacramentado nos librará de esa espiral nefasta que aleja de Dios y también de los demás; nos defenderá de ese «engreimiento general» que encubre «el peor de los males».
Ese postrar la inteligencia ante la Palabra increada, oculta en las especies de pan, nos ayuda también a no fiarnos sólo de nuestros sentidos y de nuestro juicio, y a reforzar en nosotros la autoridad de Dios que no se equivoca ni puede equivocarse.
En el Sagrario se esconde la fortaleza, el refugio más seguro contra las dudas, contra los temores y las inquietudes. Éste es el Sacramento de la Nueva Alianza, de la Alianza eterna, novedad última y definitiva porque ya no cabe otra posibilidad de darse más.
Sin Cristo, el hombre y el mundo se quedarían a oscuras. También la vida del cristiano se torna más y más sombría si se separa de Él.
Este Sacramento, con su definitiva novedad, ahuyenta para siempre lo viejo, la incredulidad, el pecado. «Lo caduco, lo dañoso y lo que no sirve —el desánimo, la desconfianza, la tristeza, la cobardía— todo eso ha de ser echado fuera.
La Sagrada Eucaristía introduce en los hijos de Dios la novedad divina, y debemos responder in novitate sensus (Rm 12, 2), con una renovación de todo nuestro sentir y de todo nuestro obrar.
Se nos ha dado un principio nuevo de energía, una raíz poderosa, injertada en el Señor».