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Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992
Fundación del Opus Dei
El 2 de octubre de 1928, mientras el Beato Josemaría se encontraba recogido en su habitación, participando en unos ejercicios espirituales en la Residencia de los Padres Paúles de Madrid, anexa a la iglesia de la Virgen de la Medalla Milagrosa, en la calle García de Paredes, Dios se dignó iluminarle: vio el Opus Dei, tal como el Señor lo quería y cómo debería ser a lo largo de los siglos. Entonces los barruntos que tenía de que el Señor quería algo de él se iluminaron de una manera plena y precisa: Dios le hizo ver y le pedía que dedicara su vida entera a promover, en servicio de la Iglesia, esta tarea sobrenatural cuyo fin consiste en que personas de toda condición social, con una específica llamada de Dios y conscientes de la grandeza de la vocación cristiana, se esfuercen por buscar la santidad y ejerciten el apostolado entre sus familiares, compañeros y amigos, cada uno en su propio ambiente, profesión y trabajo en el mundo, sin cambiar de estado.
En palabras del Fundador, el Señor suscitó el Opus Dei en 1928 para ayudar a recordar a los cristianos que, como cuenta el libro del Génesis, Dios creó al hombre para trabajar. Hemos venido a llamar de nuevo la atención sobre el ejemplo de Jesús que, durante treinta años, permaneció en Nazaret trabajando, desempeñando un oficio. En manos de Jesús el trabajo, y un trabajo profesional similar al que desarrollan millones de hombres en el mundo, se convierte en tarea divina, en labor redentora, en camino de salvación.
El espíritu del Opus Dei recoge la realidad hermosísima —olvidada durante siglos por muchos cristianos— de que cualquier trabajo digno y noble en lo humano puede convertirse en un quehacer divino. En el servicio de Dios, no hay oficios de poca categoría: todos son de mucha importancia.
Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas raras. A todos los hombres sin excepción, Cristo les pide que sean perfectos como su Padre celestial es perfecto. Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas.
Los más importantes dones sobrenaturales los recibió Mons. Escrivá de Balaguer este 2 de octubre de 1928, cuando vio el Opus Dei, y el 14 de febrero de 1930 y el 14 de febrero de 1943, días en los que el Señor le iluminó ulteriormente, en la Santa Misa, sobre la tarea fundacional que le había encomendado. Los otros dones puede decirse que fueron como una preparación o un corolario de esas luces sobrenaturales, una ayuda que le fortificó y le socorrió en los designios del Cielo.
Se ha insistido en estas páginas en el valor que tuvo este día fundacional en la vida del Beato Josemaría, humana y sobrenaturalmente, pues dio un sentido nuevo a toda su existencia, y así se puede valorar en su pleno significado la afirmación que hizo en muchas ocasiones: Nuestro Opus Dei nació y se ha desarrollado bajo el manto de Nuestra Señora. Por eso son tantas las costumbres mañanas que empapan la vida diaria de los hijos de Dios en esta Obra de Dios.
A la Virgen invocó constantemente durante años para saber qué era lo que Dios le pedía, repitiendo incansablemente las jaculatorias Domina, ut sit! ¡Señora, que sea! Domina, ut videam! ¡Señora, que vea! El 2 de octubre de 1928 se celebraba la festividad de los Santos Ángeles Custodios, y aquella mañana sonaban a voleo las campanas de la cercan a parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, con motivo de la fiesta de su Patrona; un repique gozoso de campanas que, decía Mons. Escrivá de Balaguer, nunca han dejado de sonar en mis oídos.
A lo largo de tantas vicisitudes de su vida para sacar el Opus Dei adelante, puso en manos de su Madre las dificultades que se presentaban —algunas humanamente irresolubles—, y Ella iba abriendo el camino.
La Madre de Dios siempre fue su refugio, esperanza y modelo.