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San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)
12ª. SAN JOSÉ, NUESTRO PADRE Y SEÑOR (19/III/1968) (3 de 5)
3e «Deus, qui dedisti nobis regale sacerdotium...». Para todos los cristianos el sacerdocio es real, especialmente para los que Dios ha llamado a su Obra: todos tenemos alma sacerdotal. «Praesta, quaesumus; ut, sicut beatus Ioseph unigenitum Filium tuum, natum ex Maria Virgine...». ¿Habéis visto qué hombre de fe? ¿Habéis visto cómo admiraba a su Esposa, cómo la cree incapaz de mancilla, y cómo recibe las inspiraciones de Dios, la claridad divina, en aquella oscuridad tremenda para un hombre integérrimo? ¡Cómo obedece! «Toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto», le- ordena el mensajero divino. Y lo hace. ¡Cree en la obra del Espíritu Santo! Cree en aquel Jesús, que es el Redentor prometido por los Profetas, al que han esperado por generaciones y generaciones todos los que pertenecían al Pueblo de Dios: los Patriarcas, los Reyes...
3e «Deus, qui dedisti... et portare...»: «Oh Dios, que nos concediste el sacerdocio real; te pedimos que, así como san José mereció tratar y llevar en sus brazos con cariño a tu Hijo unigénito, nacido de la Virgen María...», ibid.
3f «...ut, sicut beatus Ioseph unigenitum Filium tuum, natum ex Maria Virgine, suis manibus reverenter tractare meruit et portare...». Nosotros, hijos míos -todos, seglares y sacerdotes—, llevamos a Dios- a Jesús- dentro del alma, en el centro de nuestra vida entera, con el Padre y con el Espíritu Santo, dando valor sobrenatural a todas nuestras acciones. Le tocamos con las manos, ¡tantas veces!
3g «...suis manibus reverenter tractare meruit et portare...». Nosotros no lo merecemos. Sólo por su misericordia, sólo por su bondad, sólo por su amor infinito le llevamos con nosotros y somos portadores de Cristo.
3h «...ita nos facias cum cordis munditia...». Así, así quiere Él que seamos: limpios de corazón. «Et operis innocentia —la inocencia de las obras es la rectitud de intención— tuis sanctis altaribus deservire». Servirle no sólo en el altar, sino en el mundo entero, que es altar para nosotros. Todas las obras de los hombres se hacen como en un altar, y cada uno de vosotros, en esa unión de almas contemplativas que es vuestra jornada, dice de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas, en espera de la misa siguiente, que durará otras veinticuatro horas, y así hasta el fin de nuestra vida.
3h «ita nos facias ... deservire»: «hagas que nosotros te sirvamos [en tus santos altares] con corazón limpio y buenas obras», ibid. En algunas traducciones al castellano del Missale Romanum se omite “en tus santos altares”, tal vez para dar una validez más general a esta oración, que en principio estaba reservada a la preparación de la santa Misa por parte de los sacerdotes. San Josemaría da un sentido universal a esa frase, pero sin desligarla de la Eucaristía, como explicamos a continuación.
«el mundo entero, que es altar para nosotros»: una frase que podría sintetizar buena parte del espíritu del Opus Dei. El fundador enseña que hay que santificar el mundo desde dentro, con la vida contemplativa y una total integración en las cosas temporales. De este modo, el alter Christus, ipse Christus, que es cada cristiano, ofrece a Dios la creación entera —su trabajo y todo lo que toca a la vida humana- en unión al único Sacrificio grato a Dios: el de la Eucaristía. Así, el cristiano participa en el reditus de la creación a su Creador, que es la gran obra de Nuestro Señor, y de ahí que san Josemaría diga que el mundo es altar para los miembros del Opus Dei que no son presbíteros, porque allí elevan a Dios su ofrenda cotidiana, unidos al sacrificio del Altar que celebran los sacerdotes. Por eso también enseña que el cristiano corriente ejercita su alma sacerdotal y su sacerdocio común diciendo «de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas».
3i «... Ut sacrosantum Filii tui corpus et sanguinem hodie digne sumamus, et in futuro saeculo proemium habere mereamur aeternum». Hijos míos: enseñanzas de padre, las de José; enseñanzas de maravilla. Acaso exclamaréis, como digo yo con mi triste experiencia: no puedo nada, no tengo nada, no soy nada. Pero soy hijo de Dios y el Señor nos anuncia, por el salmista, que nos llena de bendiciones amorosas: «Pravenisti eum in benedictionibus dulcedinis», que de antemano nos prepara el camino nuestro -el camino general de la Obra y, dentro de él, el sendero propio de cada uno—, afianzándonos en la vía de Jesús, y de María, y de José.
3i «Ut sacrosantum ... aeternum»: «De modo que hoy recibamos dignamente el sacrosanto cuerpo y sangre de tu Hijo, y en la vida futura merezcamos alcanzar el premio eterno», Missale Romanum, Preparado ad Missam, Preces ad S. Ioseph.
«praevenisti eum ... lapide pretioso»: «Le previniste Señor, con bendiciones de dulzura, pusiste sobre su cabeza corona de piedras preciosas».
En las transcripciones se encuentra un párrafo, que no se incluyó en la versión final, en el que, glosando el «de antemano nos prepara», añade un inciso que ayuda a pensar en la vida de Jesús y concretamente en su bautismo: «Como seguís haciendo oración, cada uno por vuestra cuenta, no es difícil que recordéis alguna pequeña encrucijada de vuestra vida: una cosa mínima, como meterse en el agua de aquel río de Palestina, en el agua purificadora del Jordán; no es una cosa aparatosa: ahí estaba El, previniendo, disponiendo con su bendición dulcísima el camino nuestro», m680319-A.