Página inicio

-

Agenda

9 agosto 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

Y nos hace dóciles a la acción del Espíritu Santo (2 de 3)
Los que se esfuerzan arrebatarán el Reino de los Cielos, dice Jesús, los que luchan contra sus tendencias desordenadas, consecuencia del pecado original, contra las tentaciones del demonio, los que pelean con valentía para que Cristo venza en sus corazones y así identificarse con El, alcanzando de este modo tan alto ideal. En esa lucha interior hay que apoyarse en la intercesión de la Virgen: Si se tambalea tu edificio espiritual, si todo te parece estar en el aire..., apóyate en la confianza filial en Jesús y en María, piedra firme y segura sobre la que debiste edificar desde el principio. Hemos de ir a Ella para que nos alcance abundantes gracias de Cristo, porque con nuestras solas fuerzas no somos capaces de hacer nada en el orden sobrenatural. Antes, solo, no podías... —Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil! Habrá momentos de especiales tentaciones, es la ocasión de acudir con mayor intensidad a nuestra Madre.
«Si se levantan los vientos de las tentaciones —explica San Bernardo—, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si se agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María». Sancta María, Stella maris —Santa María, Estrella del mar, ¡condúcenos Tú!
—Clama así con reciedumbre, porque no hay tempestad que pueda hacer naufragar el Corazón Dulcísimo de la Virgen. Cuando veas venir la tempestad, si te metes en ese Refugio firme, que es María, no hay peligro de zozobra o de hundimiento.
Como la soberbia es la raíz de todos los pecados, la Virgen nos hará humildes; y mediante esa virtud, nuestros fracasos cobran una nueva dimensión y consiguen alcanzarnos un mayor amor a Cristo. Puede ocurrir en cualquier momento de nuestra vida que caigamos, a semejanza de «la nave —dice San Basilio— que se ha librado tantas veces de los ímpetus del mar después de haber hecho muchos viajes felices y de haber llevado multitud de mercancías, la vemos naufragar por un solo golpe de viento». Estás lleno de miserias. —Cada día las ves más claras. —Pero no te asusten. — É l sabe bien que no puedes dar más fruto.
Tus caídas involuntarias —caídas de niño— hacen que tu PadreDios tenga más cuidado y que tu Madre María no te suelte de su mano amorosa: aprovéchate, y, al cogerte el Señor a diario del suelo, abrácale con todas tus fuerzas y pon tu cabera miserable sobre su pecho abierto, para que acaben de enloquecerte los latidos de su Corazón amabilísimo.

El afán de santidad ha de crecer a lo largo de la vida, y no puede ser fruto de un impulso emotivo y fugaz, sino el firme convencimiento de que sólo así se cumple la misión de un cristiano. Te faltan la madurez y el recogimiento propios de quien camina por la vida con la certera de un ideal, de una meta. —Reza a la Virgen Santa, para que aprendas a ensalmar a Dios con toda tu alma, sin dispersiones de ningún género.
La santidad se alcanza entrenándose en la lucha cotidiana, en el esfuerzo diario. Dios —afirma San Gregorio Nacianceno— «pide cosas insignificantes; promete en cambio, a quienes le aman sinceramente, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro». Fieles en lo pequeño, muy fieles en lo pequeño. Si procuramos esforzarnos así, aprenderemos también a acudir con confianza a los bracos de Santa María, como hijos suyos. ¿No os recordaba al principio que todos nosotros tenemos muy pocos años, tantos como los que llevamos decididos a tratar a Dios con intimidad? Pues es razonable que nuestra miseria y nuestra poquedad se acerquen a la grandeva y a la purera santa de la Madre de Dios, que es también Madre nuestra.
En la lucha interior habrá momentos de especiales tentaciones: «En los peligros —insiste San Bernardo—, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si le ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara». Todos los pecados de tu vida parece como si se pusieran de pie. —No desconfíes. —Por el contrario, llama a tu Madre Santa María, con fe y abandono de niño. Ella traerá el sosiego a tu alma. No hay que desanimarse, sino rezar más insistentemente: Virgen Inmaculada, ¡Madre!, no me abandones: mira cómo se llena de lágrimas mi pobre corazón. —¡No quiero ofender a mi Dios!
—Ya sé, y pienso que no lo olvidaré nunca, que no valgo nada: ¡cuánto me pesa mi poquedad, mi soledad! Pero... no estoy solo: tú, Dulce Señora, y mi Padre Dios no me dejáis.
Ante la rebelión de mi carne y ante las razones diabólicas contra mi Fe, amo a Jesús y creo: Amo y Creo. La Virgen es la omnipotencia suplicante, y vence siempre en nosotros: Ama a la Señora. Y Ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana. —Y no servirán de nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro de ti, hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en tu corazón.
—«Serviam!».
La falta de consuelos espirituales y la aridez, también pueden ser dificultades que aparezcan en el camino: todo se convierte en triunfo al confiar en la Virgen. La Madre de Dios siempre nos da la ternura de su cariño: Cuando te veas con el corazón seco, sin saber qué decir, acude con confianza a la Virgen. Dile: Madre mía Inmaculada, intercede por mí.
Si la invocas con fe, Ella te hará gustar —en medio de esa sequedad— de la cercanía de Dios
. La Virgen nos muestra que su Hijo «tiene sed de nuestra sed», afirma San Gregorio Magno.
En las vueltas y revueltas del sendero que conduce hacia Dios se pueden encontrar las más diversas dificultades. El remedio más eficaz es pedir gracias a la Medianera de todas ellas. Madre mía del Cielo: haz que yo vuelva al fervor, al entregamiento, a la abnegación: en una palabra, al Amor. En cualquier circunstancia no podemos perder de vista la idea sencilla y fundamental de que la Virgen es nuestra Madre, que quiere darnos y nos obtiene cuanto le pedimos. Madre mía, Refugio de pecadores, ruega por mí; que nunca más entorpezca la obra de Dios en mi alma.
Un medio importante para caminar por la senda de la vida interior es seguir los consejos de un alma experimentada en esas lides. Santa María nos conseguirá la persona adecuada y la sencillez necesaria por nuestra parte. Tota pulchra es María, et macula originalis non est in te! —¡toda hermosa eres, María, y no hay en ti mancha original!, canta la liturgia alborotada. No hay en Ella ni la menor sombra de doblez: ¡a diario ruego a Nuestra Madre que sepamos abrir el alma en la dirección espiritual, para que la luz de la gracia ilumine toda nuestra conducta!
—María nos obtendrá la valentía de la sinceridad, para que nos alleguemos más a la Trinidad Beatísima, si así se lo suplicamos.

La determinación de vivir la plenitud de la vida cristiana ha de convertirse en un deseo fiel y permanente, que conduzca al apostolado. Dulce Madre..., llévanos hasta la locura que haga, a otros, locos de nuestro Cristo.
Dulce Señora María: que el amor no sea, en nosotros, falso incendio de fuegos fatuos, producto a veces de cadáveres descompuestos...: que sea verdadero incendio voraz que prenda y queme cuanto toque.