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22 agosto 2025

La Pasión

MONASTERIO. Relatos a la sombra de la Cruz

Herodes Antipas
Al fin voy a conocer al Galileo. Poncio Pilato me lo envía para que lo juzgue y decida si hay que condenarlo a muerte.
¿A muerte? Qué necedad. Según dicen, Jesús sabe hacer milagros de gran utilidad para el gobierno, como convertir el agua en vino, aplacar las tormentas, conseguir que salga el sol o que se ponga, multiplicar el pan y el pescado... ¿Cómo vamos a crucificar a semejante joya? Se quedará en la corte. Él y yo juntos haremos grandes cosas. Mesías o no, es evidente que necesita una campaña de marketing para darse a conocer. Aquí tendrá un buen sueldo y todo lo necesario para perfeccionar su técnica.
¿Juan Bautista? No digáis sandeces. ¿Cómo va a ser Juan Bautista resucitado? Aún recuerdo cómo sangraba en la bandeja la cabeza del Bautista, recién arrancada.
Ya llega Jesús. ¡ Santo Dios, qué aspecto más lamentable!

* * *
Acaban de llevarse al Nazareno. No hemos podido llegar a un acuerdo. Solo le he pedido que me haga un milagro; uno pequeñito, cualquier cosa, y lo nombraría ministro de mi reino o bufón de la corte. He llegado incluso a suplicarle; le he ofrecido oro a cambio de que me enseñe alguno de sus trucos. Le he preguntado sobre su doctrina, sobre sus ideas acerca del gobierno de la nación. ¿No dice que es rey de los judíos?
Me ha mirado sin verme ni escucharme. Por un momento pensé que me había vuelto transparente o que mi voz no lograba salir de mi garganta para llegar hasta sus oídos. Le he gritado. Al fin uno de mis siervos ha concluido que el Nazareno es en realidad un demente, y como tal le hemos tratado.
¡Rey de los judíos! ¿Qué sabrá ese lo que significa reinar? En mi opinión, ha hecho tantos milagros como yo mismo. Un tipo vulgar y nada más que eso. Tendré que hablar con Pilato para comentarlo. Que lo mande a la cruz si lo pide el pueblo. Por mí...
No sé por qué lo he recibido. Esa mirada de loco se me ha clavado en el cerebro como un puñal. Parecía como si el Nazareno se compadeciera de mí; como si yo precisara ayuda y él pudiese dármela.
¡Qué insensatez! Un buen trago de vino es lo único que necesito.

La suerte de Barrabás
Yo debería estar muerto; de hecho casi lo estuve en mi celda ayer por la noche cuando la sombra de la cruz me iba llenando el alma de tinieblas. Sin embargo, al llegar la mañana, la voz de un funcionario desconocido me volvió a la vida:
-Estás libre. Poncio Pilato, Procurador de Judea, te concede el indulto en nombre del César a petición del pueblo de Jerusalén y del Sanedrín.
Corrí hacia el exterior de la cárcel como borracho. Me dijeron que se había congregado una multitud delante del Pretorio para pedir mi liberación, y por un momento sentí el orgullo de mi raza. Con un pueblo así, me dije, seremos capaces de grandes cosas. Venceremos al Imperio de los gentiles, expulsaremos a los usurpadores...
La decepción fue enorme. A nadie le importaba mi vida lo más mínimo. Es más, los sacerdotes y los sanedritas me odian tanto como los romanos. Ellos solo querían la muerte de un galileo que se proclamaba Mesías, y yo fui una pieza de cambio.
Me llamo Barrabás. Soy bandolero y patriota. Participé en un motín por defender a nuestro pueblo de la tiranía romana y maté a un hombre. Los soldados lograron atraparme en la huida y fui acusado de asesinato. Nunca me he quejado de mi suerte. Sabía a lo que me exponía cuando elegí este camino. He aprendido a amar a Israel y a odiar a nuestros enemigos.
Hace dos días fui juzgado por ellos según la ley de Roma y me condenaron a morir en la Cruz. Ahora mi pueblo me dice que no me meta en líos, que hay que respetar el orden constituido. Los saduceos se ríen de mí; los fariseos me odian; los zelotes, mis compañeros de lucha, miran para otro lado porque no quieren ser cómplices de un asesino.
¿Por qué me has salvado, Galileo? Tu cruz era mía. Yo debería haber muerto allí, no sé si como héroe o como delincuente. A estas horas, las aves carroñeras ya estarían dando cuenta de mis despojos. Me dicen que estás muerto y sepultado, que tu sueño mesiánico terminó. Solo tu madre parece esperar que vuelvas a la vida para instaurar tu reino.
Y yo, ¿quién soy? ¿Qué quieres de mí, Galileo? Oigo tu voz que me llega desde lo hondo del sepulcro y sé que no me he vuelto loco. ¿Por qué me has salvado de la muerte? ¿Qué quieres que haga?
Soy Barrabás, un asesino, un ladrón, y voy a ver a tu Madre. Tal vez ella me responda.