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8 julio 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid
Y HARE DE LAS GENTES TU HEREDAD, TE DARE EN POSESION LOS CONFINES DE LA TIERRA.
LOS REGIRAS CON CETRO DE HIERRO Y LOS ROMPERAS COMO VASIJA DE ALFARERO
Espíritu de servicio
Servicio que conduce a la humildad, a desaparecer, a no aceptar la alabanza o la vanagloria. Es un servicio que va consumiendo generosamente la propia vida, indispensable para arrastrar de verdad a los demás: «si el que predica no arde, no puede encender a los que le oyen».
Si se busca el éxito personal, vamos viviendo a fuerza de impulsos momentáneos con escaso entusiasmo. Que el fuego de tu Amor no sea un fuego fatuo; ilusión, mentira de fuego, que ni prende en llamaradas lo que toca, ni da calor» (Camino, 412).
Esta es la única manera de entender esta frase del Salmo: «los romperás como vasija de alfarero». El desprendimiento y la generosidad en la preocupación apostólica por los demás son capaces de «vencer al mal con el bien». Únicamente así «poseeremos los confines de la tierra» y nuestra alegría será auténtica, porque en el fondo, en su raíz, tiene la forma de la Cruz de Cristo.
Apostolado sin excepciones
Apostolado que va a llenar toda nuestra vida. Sin que podamos constituirnos en excepción. No cuenta la edad, niños, jóvenes o viejos, siempre tendremos alguien a quien poder ayudar. La soledad no es propia del cristiano. Buscaremos siempre la compañía y la amistad; la ocasión, la circunstancia oportuna para dar lo que en aquel momento necesitan de nosotros. No es esencial ninguna cualidad humana, sólo la intención; no tenemos ninguna excusa. Dios va a suplir lo que nos falta. Así quedará más claro que la obra es suya.
Hay que hacerse débil con los débiles para ganarlos a todos. Ir con esa fuerza que da el amor a comprender y a entender a los que se acercan. Ser buenos administradores con la fidelidad del que sabe que le ha sido encomendada una tarea digna, porque el Amo, el Señor es nada menos que Dios mismo.
Apostolado que tiene como fundamento la auténtica amistad es el mejor cauce; porque amar es querer el bien de alguien. Ese alguien que en el trato, en la convivencia, ha llegado a la categoría de amigo.
Dice el Eclesiástico que «el amigo fiel es seguro refugio y el que lo encuentra ha encontrado un tesoro». Brindar una amistad leal, que sabe estar presente en todas las circunstancias, ya sean adversas o no, por las que pasa el amigo. Con ese afán de mies que el Señor puso en nuestro corazón; «os he llamado amigos porque os he hecho saber cuantas cosas oí de mi Padre». En todos los momentos de su vida Jesús se encuentra rodeado de amigos que le piden: «explícanos esa parábola». Otra vez es el Señor: «venid conmigo a retirarnos a un lugar solitario»; «ya no os llamo siervos, sino amigos». Si seguimos en el Evangelio los pasos del Señor, encontraríamos otras situaciones parecidas. El Señor no deja a nadie sin una palabra de consuelo, sin aliento; a todos y a cada uno en particular, va brindándoles esa maravillosa amistad divina. «El que teme al Señor endereza su amistad, porque su amigo será necesariamente como él, temeroso de Dios».
Ayudarles después a concretar una vida de piedad intensa. Con un santo respeto a la libertad, hay que empujar y ayudar a aquel que ha comenzado a tratar a Dios. Conseguir que sean amigos de Jesucristo a través de una oración sencilla y confiada, de una lectura meditada del Evangelio y de un deseo sincero de imitar esa vida de Cristo. «¡Ay del que está solo, que si cae no tiene quien le levante!». No vamos a consentir que aquella persona que tenemos cerca físicamente, quede aislada de Dios porque nosotros, de un modo inconsciente, dejemos pasar la ocasión. Nuestro afán es el mismo que el de Cristo: encender el fuego del amor, «como el fuego abrasa una selva, como la llama devora las montañas».