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Una costumbre de siempre: la acción de gracias. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 370
Quedarse a dar gracias
Si a nuestro alrededor hay descuido y superficialidad a la hora de comulgar, ¡vamos nosotros a cuidada más! Si abunda el dejamiento, ¡esmerémonos en tratarle como se merece! Si tantos le desatienden, ¡no le neguemos la máxima atención! Si es frecuente el menosprecio, ¡apreciémoslo nosotros mucho más!
Encontraremos raudales de luz, de amor y de vida que Jesús comunica en el coloquio íntimo y apacible de la postcomunión personal. Así se le denomina -en reciente publicación- a esa rica y variada actividad de comunión íntima y personal con Jesús que se acaba de recibir.
Por la Comunión somos como el hierro metido en el horno que se convierte en fuego...; y, cuando se le saca, es mucho más «él mismo». Con un buen temple, su naturaleza férrea quedó libre de impurezas, acerada: fuerte, resistente, dúctil, maleable... En efecto, algo análogo ha de ocurrir en cada Comunión: la Eucaristía abrasa las impurezas del alma; las purifica de sus faltas veniales; deposita en ellas el germen de la vida eterna... .Y esto significa que nos humaniza cada vez más: nos hace ser más nosotros mismos y -en consecuencia- estar más pendientes de nuestros semejantes. Nos lo recordó muy bien Juan Pablo II el primer día de su viaje por España: «1a autenticidad de nuestra unión con Jesús Sacramentado ha de traducirse en nuestro amor verdadero a todos los hombres, empezando por quienes están más próximos. Habrá de notarse en el modo de tratar a la propia familia, compañeros y vecinos; en el empeño por vivir en paz con todos; en la prontitud para reconciliarse y perdonar cuando sea necesario. Será, de este modo, la Sagrada Eucaristía fermento de caridad y vínculo de aquella unidad de la Iglesia querida por Cristo y propugnada por el Concilio Vaticano II.
Gracias a la acción de gracias nos será más fácil continuar durante el resto del día pendientes de Jesucristo, con más presencia de Dios, y adquiriremos méritos por todo lo que hacemos en cada jornada de trabajo.
En una ocasión me hacía ver un sacerdote amigo que en el pueblo donde estaba recién llegado encontró bastante «flojera» religiosa. Junto a otros síntomas, apreció que prácticamente nadie se quedaba a dar gracias. Los feligreses pronto observaron en su nuevo párroco este hecho y no tardaron en comenzar a quedarse algunos. Luego, con el paso de los días, el número fue en aumento. Ahora -dice- ya es un grupito nada despreciable.
Y es que así somos los humanos. Necesitamos ejemplos que nos arrastren. Y por si a tu alrededor no los encuentras, permíteme un consejo: persevera en dar gracias. Tu finura al tratar al Señor será buen fermento que -¡no lo dudes!- contagiará de gratitud a otras almas: pronto comprobarás que no te quedas solo. Será éste un buen apostolado para llevar a cabo con nuestras amistades: ¡ayudarles -y enseñarles- a dar gracias después de haber comulgado! ¡Cuánto bien podemos hacer!
A quienes no dan gracias es fácil que a la larga les ocurra algo parecido que a aquel viejecito que, a sus ochenta y ocho años, se dio cuenta de lo altos que eran los peldaños de la escalera de su casa que había subido y bajado infinidad de veces toda su vida... Los muchos años de Comunión frecuente -si uno se deja llevar por la rutina-, pudieran dejarnos en cualquier momento secos y sin fuerzas para ascender hacia Dios.
Es cuando la fe y el amor del Señor actúan en nosotros cuando debemos hacerle sitio, intensifican" do más la recepción de esos dones.
También en épocas pasadas, algún maestro de vida cristiana lamentaba las omisiones de este ejercicio espiritual: si se comulga más, pero se afloja en dar gracias, habrá sí «muchas comuniones, pero pocos verdaderos comulgantes». Será más lamentable -por el ejemplo negativo que dan- en aquéllos que por razón de su cargo, de su puesto en la Iglesia, de su cultura, o de su ministerio, figuran más como blanco de atención de otras muchas personas. Recuerdo que un día coincidí en la iglesia con un conocido personaje de la vida nacional... Finalizada la Santa Misa se quedó unos minutos a dar gracias. Esto no pasó inadvertido. Alguien comentó: Por esto sólo, se le ve que tiene fe. Cree y ama la Eucaristía.