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16 julio 2025

En diálogo con el Señor (1ª parte)

San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)

9ª. EL CAMINO NUESTRO EN LA TIERRA (26/XI/1967) (1 de 5)
1a Nos sentimos removidos, hijos de mi alma, cada vez que escuchamos en el fondo de nuestro corazón aquel grito de San Pablo: haec est voluntas Dei, sanctificatio vestra. Desde hace cuarenta años no hago más que predicar lo mismo. Me lo digo a mí, y os lo repito también a vosotros y a todos los hombres: ésta es la voluntad de Dios, que seamos santos.
la 1Cfr. I Thess. IV, 3. ] 1I Thess. IV, 3. Crol972,724 EdcS,77.
1b No tengo otra receta. Para pacificar a las almas, para remover la tierra, para buscar en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro, no sé de otra receta que la santidad personal. Por eso siempre digo que tengo un solo puchero.
1b «tengo un solo puchero»: del mismo modo que en una familia hay, de ordinario, un solo tipo de comida para todos, en el Opus Dei hay una misma doctrina y un idéntico espíritu para cada uno de sus miembros. La comparación le sirve para recordar que la santidad que se pide es la misma para los solteros, casados, sacerdotes, jóvenes o mayores... Cada cual debe aplicar esos principios generales a sus circunstancias particulares.
2a «Invocabitis me..., et ego exaudiam vos», me invocaréis y Yo os escucharé. Y le invocamos hablándole, dirigiéndonos a Él en la oración. Por eso os he de decir también con el Apóstol: «Conversatio autem nostri in coelis est», que nuestra conversación está en los cielos. Nada nos puede separar de la caridad de Dios, del Amor, del trato constante con el Señor. Hemos comenzado con oraciones vocales, que muchos -probablemente todos, como yo- hemos aprendido de la boca de nuestras madres: cosas dulces y encendidas a la Madre de Dios, que es Madre nuestra. También yo, por las mañanas y por las tardes, no una vez, sino muchas, repito: ¡oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón... ¿Qué es esto sino contemplación verdadera, una manifestación de amor? ¿Qué se dicen las gentes cuando se quieren?; ¿qué se dan, qué se entregan? Se sacrifican por la persona que aman. Y nosotros nos hemos dado a Dios con el cuerpo y con el alma: en una palabra, todo mi ser.
2a Ant. ad Intr. (lerem. XXIX, 12). ] Ierem. XXIX, 12. Crol972,724 EdcS,78 || Cfr. Philip. III, 20.] Philip. III, 20. Crol972,l23 EdcS,78.
«¡oh Señora mía, oh Madre mía!»: esta oración, que aprendió en el hogar paterno, es la versión española de la original O Domina mea, o Mater mea, compuesta por el P. Nicola Zucchi S. J. (1586-1670); ver Camino, ed. crít.-hist., com. al n. 553.
«¿qué se dan, qué se entregan!»-, en la grabación, las palabras del Autor son aseverativas, no interrogativas, es decir, a la pregunta «¿Qué se dicen las gentes cuando se quieren?”, responde: «Que se dan, que se entregan». Pero al revisar el texto, san Josemaría lo dejó con el sentido que tiene hoy.
2b ¿Habíais pensado alguna vez cómo se nos enseña en la Obra a amar las cosas del Cielo? Primero una oración, y luego otra, y otra..., hasta que casi no se puede hablar con la lengua, porque las palabras resultan pobres...: y se habla con el alma. Nos sentimos entonces como cautivos, como prisioneros; y así, mientras hacemos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las cosas que son de nuestro oficio, ¡el alma ansia escaparse! ¡Se va! Vuela hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán.
2c «Et reducam captivitatem vestram de cunctis locis»; os libraré de la cautividad, estéis donde estéis. Dejamos de ser esclavos, con la oración. Nos sentimos y somos libres, volando en un epitalamio de alma encariñada, en una canción de amor, hacia ¡la unión con Dios! Un nuevo modo de existir en la tierra, un modo divino, sobrenatural, maravilloso. Por eso, recordando a tantos escritores españoles del quinientos- me gusta decir: ¡que vivo, porque no vivo; que es Cristo quien vive en mí!. Y siento la necesidad de trabajar en la tierra muchos años, porque Jesús tiene pocos amigos aquí abajo. Desead vivir, hijos míos; debemos vivir mucho tiempo, pero de esta manera, en libertad: «In libertatem gloria filiorum Dei», «qua libertate Christus nos liberavit»; con la libertad de los hijos de Dios, que Jesucristo nos ha alcanzado muriendo sobre el madero de la Cruz.

2c Cfr. lerem. XXIX, 14. Crol972,726 EdcS,79.
«¡la unión con Dios!»: después de esta frase, en la predicación original, el Autor introdujo una digresión que eliminó en el texto escrito. En la transcripción m671 126-A está recogida algo confusamente, pero en la grabación se entiende con claridad. El Autor se refiere a dos grandes santas por las que sentía devoción y admiración: santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Siena. De la primera, dice: «Yo, que tengo una gran veneración, un gran amor, una devoción grande a Teresa de Jesús, no estoy conforme con ella en bastantes cosas. Y me alegro mucho de que la hayan hecho Doctora. Un poquito he podido influir yo indirectamente, porque yo apreté para Santa Catalina, repetidas veces, con el Romano Pontífice, por escrito, de palabra. Santa Catalina, ¡esa gran murmuradora! ¡qué maravillosa mujer era! ¡y qué murmuradora! Divinamente murmuradora, qué lengua más suelta... ¡Y el amor! Era que detectaba los brillos divinos, que se encierran en los detalles cotidianos. Digo que no estoy conforme con Teresa porque dice que “muero porque no muero”. Pero no lo dice ella en su tiempo. Hay montones de letrillas, dedicadas al amor humano, en las que los escritores de aquella época dicen lo mismo: “que muero porque no muero”, “que muero porque no muero”». Sobre su veneración hacia santa Catalina de Siena, ver Johannes Grohk, “Santa Caterina da Siena e San Josemaría”, SetD 8 (2014), pp. 125-145. Las dos santas fueron nombradas doctoras de la Iglesia en 1970 por Pablo VI, en días distintos: el 27 de septiembre, santa Teresa y el 3 de octubre, santa Catalina.
A continuación del párrafo anterior, añade: «Y hay un antepasado mío que escribió aquello que sabéis tan bien, que da ocasión a Álvaro a gastarme bromas: “ven muerte tan escondida que no te sienta venir, porque el placer de morir no me torne a dar la vida”. No estoy conforme, no; no, no tengo yo ese espíritu. Yo digo: ¡que vivo porque no vivo, que es Cristo quien vive en mí!». El antepasado al que se refiere es el Comendador Escrivá, autor de la canción Ven muerte tan escondida -que san Josemaría cita aquí libremente- incluida en el Cancionero General de Hernando del Castillo (151 I). Esta copla gozó de mucha popularidad y fue comentada e imitada muchas veces (Cervantes la incluye en El Quijote, y otros autores como Calderón de la Barca, Lope de Vega o Gracián la citan o comentan). La identificación del Comendador Escrivá es discutida (ver Ivan PARISI, “La verdadera identidad del Comendador Escrivá, poeta valenciano de la primera mitad del siglo xvi”, Estudis Romanics [Institut d’Estudis Catalans] 31 (2009), pp. 141-162). Ver Jaume Aurell Cardona, “Apuntes sobre el linaje de los Escrivá: desde los orígenes medievales hasta el asentamiento en Balaguer (siglos x-xix)”, Cuadernos del CEDE] 6 (2002), pp. 13-35.