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15 julio 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid
AHORA, PUES, ¡OH REYES!, OBRAD PRUDENTEMENTE
Nuestra intención ha sido desterrar de nuestra vida la ignorancia. Hasta ahora no sabíamos con exactitud qué camino seguir. Guiados por Dios, nos damos cuenta de que la ciudad edificada por nosotros se ha tambaleado. El conocimiento de lo que Dios nos pide deja paso a la palabra divina, predicada por Jesús, que ocupará, a partir de este momento, el primer puesto que nuestro egoísmo le había arrebatado.
La buena disposición con la ayuda de la prudencia nos hace desear ese encuentro diario con la verdad. Y quién mejor que el Señor en el Evangelio para explicarnos las diferentes actitudes en las que podemos caer si no estamos vigilantes: «Salió el sembrador a sembrar, y de la simiente parte cayó en el camino y vinieron las aves del cielo y la comieron. Otra cayó en un pedregal, donde no había tierra, y luego brotó porque la tierra era poco profunda; pero levantándose el sol, la agostó, y como no tenía raíz, la secó. Otra cayó entre espinas, las cuales crecieron y la ahogaron. Otra cayó sobre tierra buena y dio fruto, una ciento, una sesenta, otra treinta».
Los discípulos, como nosotros, no entendieron la parábola y el Señor tuvo que explicarla.
Cuando la semilla cae, nosotros estamos allí presentes, vemos al sembrador, lo reconocemos como aquel que tiene la semilla en su poder y contemplamos la siembra. Todo depende de nuestra disposición al recibirla; puede que la indiferencia o la pereza no nos dejen ver la importancia de estos momentos, y con cierta irreflexión dejemos que los pájaros se la coman, que se desperdicie algo que iba exclusivamente dirigido a nosotros. Una vez que ha pasado el sembrador, al darnos cuenta, el esfuerzo nos rinde y podemos llegar a conformarnos con verdades pequeñas, que nunca llegarán a satisfacernos.
Otras veces, asistimos con frialdad a la caída de esa semilla. No preparamos un lugar profundo para que eche raíces, para que llegue a dar fruto. Si acaso, al recibirla, durante un tiempo parecía que iba a crecer, pero era necesaria esa tierra abundante que hace que las raíces germinen. El corazón es capaz de tener resortes que le hagan vibrar ante lo bueno y lo verdadero, para alcanzar en sí a la Verdad, pero necesita lugar y tiempo adecuados.
Y ahora, la semilla de la verdad cae mientras que vivimos felices entre los placeres y las diversiones. Estamos dispuestos a admitirla, pero no queremos dejar de servir a la vanidad y a la satisfacción. Nadar entre dos aguas, servir a dos señores, a Dios y a nosotros mismos, es una situación que logra asfixiar la palabra divina; ahogamos la voz de Dios. Queda estropeada en pocos minutos una labor de siembra. Cuando renazca en nosotros la confianza y volvamos a Dios, las cenizas de esos granos de la sementera nos recordarán que la verdad estuvo dentro de nosotros.
Rodeados, asediados de tantas cosas que simulan ser verdad, ciegos y deslumbrados a veces, no sabemos dónde dirigirnos; me atrae el placer; me atrae aquel cargo brillante; me atrae la vida cómoda e indiferente. No hay que desfallecer en la búsqueda, porque el que sigue buscando halla, y sin embargo, el que tibiamente oscila de un lado a otro sin querer comprometerse, nunca conseguirá nada. Aún sigue explicando el Señor: entre aquellos que, atentos a la siega, han preparado su alma, el fruto es bien distinto. Unos recibirán el diez por ciento, otros el veinte, otros...
¿Cómo podemos conseguir la buena siembra? En la buena siembra se comienza por conocer qué semilla va a fructificar mejor en aquella tierra, preparada ya de antemano, tierra abonada, especial, dispuesta a recibir aquel grano. Ya sabe el labrador que el trabajo que necesita la tierra es duro: hay que ablandar, abonar, regar y abrir bien el surco, y de este modo la semilla encuentra un lecho blando y preparado. Y después de la siembra, los cuidados siguen siendo necesarios; se arrancan las malas hierbas y se riega con frecuencia. El labrador, convencido de que el grano es bueno, ya no se preocupa de él, pero sí de cuidarlo para que realmente la cosecha sea del ciento por uno.