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Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004
Cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere
Dar a conocer la eficacia de la Eucaristía
Con estas palabras, se nos menciona de nuevo esa característica, tan propia de la Eucaristía: su "sobreabundancia", el "exceso" de amor divino que se nos ha concedido y se nos continúa ofreciendo constantemente.
La estrofa del himno eucarístico se refiere a la dimensión expiatoria de este Sacramento: bastaba una gota de la sangre del Hombre-Dios para borrar todos los pecados de la humanidad. Pero quiso derramar toda. «Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y al instante brotó sangre y agua» (Jn 19, 34).
La sangre, entre los pueblos antiguos, y en cierto modo también hoy, supone signo de vida. Cristo decidió no ahorrarse nada de su sangre, también como manifestación de su voluntad precisa de comunicarnos toda su Vida.
Contemplar la entrega total de Jesús por nosotros, considerar una vez más que «no es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor», nos alienta a ser conscientes de que nosotros no podemos contentarnos con conducirnos personalmente como almas de Eucaristía: hemos de impulsar a que también tomen esa determinación los demás.
No basta con que cada uno, cada una, de nosotros busque y trate al Señor en la Eucaristía; debemos conseguir "contagiar" —en nuestra labor apostólica— a cuantos más mejor, para que también miren y frecuenten esa amistad inigualable.
«Amad muchísimo a Jesús sacramentado, y procurad que muchas almas le amen: sólo si metéis esta preocupación en vuestras almas, sabréis enseñarla a los demás, porque daréis lo que viváis, lo que tengáis, lo que seáis».
Ante la triste ignorancia que hay, incluso entre muchos católicos, pensemos, hijas e hijos míos, en la importancia de explicar a las personas qué es la Santa Misa y cuánto vale, con qué disposiciones se puede y se debe recibir al Señor en la comunión, qué necesidad nos apremia de ir a visitarle en los sagrarios, cómo se manifiestan el valor y el sentido de la «urbanidad de la piedad».
Ahí se nos abre un campo inagotable y fecundísimo para el apostolado personal, que traerá como fruto, por bendición del Señor, muchísimas vocaciones.
Así nos lo repitió nuestro queridísimo Padre desde el principio, también con su comportamiento diario. «Para cumplir esta Voluntad de nuestro Rey Cristo» (nuestro Padre se refiere con estas palabras a la extensión de la Obra por el orbe), «es menester que tengáis mucha vida interior: que seáis almas de Eucaristía, ¡viriles!, almas de oración. Porque sólo así vibraréis con la vibración que el espíritu de la Obra exige».