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Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004
O memoriale mortis Domini, panis vivus, vitam præstans homini
Comunión con Cristo y unidad de la Iglesia
En el Sacrificio del Altar se unen el aspecto convivial y el sacrificial: Cristo, a través del sacerdote, se ofrece como Víctima a Dios Padre, y el mismo Padre nos lo entrega a nosotros como alimento.
Cristo sacramentado es el «Pan de los hijos». La comunión del cuerpo y sangre del Señor nos llena de una gracia específica, que produce en el alma efectos análogos a los que el alimento causa en el cuerpo, «como son el sustentar, el crecer, el reparar y deleitar».
Pero a diferencia del alimento corporal, donde el cuerpo asimila a sí lo que come, aquí sucede al revés: somos nosotros los asimilados por Cristo a su Cuerpo, nos transformamos en Él.
«Nuestra participación en el cuerpo y en la sangre de Cristo, no tiende a otra cosa que a transformarnos en aquello que recibimos».
La Eucaristía se alza en la Iglesia como el sacramento de la unidad, porque al comer todos un mismo Pan, nos hacemos un solo Cuerpo.
La Santa Misa y la Comunión edifican la Iglesia, construyen su unidad y su firmeza, le dan cohesión.
«Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por eso mismo, Cristo une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia.
La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a formar un solo cuerpo (cfr. 1Cor 12, 13); la Eucaristía realiza esta llamada».
Hijas e hijos míos, ¡qué importante es que nos unamos a la Cabeza visible, al celebrar o al participar en este Santo Sacrificio!
Todos bien pegados a la Cabeza de la Iglesia universal, al Papa; vosotros a quien hace Cabeza en cada Iglesia particular, a los Obispos, y muy especialmente a este Padre vuestro que el Señor ha querido poner como Cabeza visible y principio de unidad en esta «partecica de la Iglesia» que es la Obra.