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27 mayo 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid

PIDEME
El Padrenuestro
«Padre nuestro», comienza. Reconocimiento de que Dios es nuestro Padre. Serena, emociona, anima a seguir con un acto de fe, «que estás en los cielos». Sin querer, el corazón se levanta hacia Dios y se despega de las criaturas; acto de fe que agrada al Señor. «Santificado sea tu nombre», alabanza a Dios, que implica el deseo de que su nombre vaya de boca en boca, que inquiete a los corazones, para que éstos le busquen y terminen reconociéndole como a su Dios.
«Venga a nosotros tu Reino». Esperanza de hallar reposo y paz en El; esperanza que nos lleva de la mano a la seguridad de que no nos abandonará a nuestras propias fuerzas; la esperanza de que en nuestro caminar se vislumbra un término feliz: Dios mismo.
«Hágase tu voluntad». Ya de antemano, se acepta el plan de Dios sobre uno mismo. Primero, su voluntad, su designio, su plan, luego el mío. Aunque para ello muchas veces se encuentra como compañero al dolor que santifica. «Así en la tierra como en el cielo». «El pan nuestro de cada día, dánosle hoy». Es el mínimo de bienestar que necesita el hombre para poder dedicarse con serenidad a la vida interior. No supone confianza excesiva en que todo vendrá de Dios sin esfuerzo personal; es precisamente lo contrario: encontrar el modo de conseguirlo, tener siempre esa inquietud que nos haga ocuparnos, sin desaliento, del bienestar físico. «Perdónanos nuestras deudas». Actos de desagravio por las continuas ofensas que le ocasionamos. Contravenir esa ley de amor, unas veces directamente, haciendo que se aparte de nosotros, y otras, omitiendo u olvidando su presencia. «Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». La actuación de Dios como perdonador de culpas, hace que nosotros no olvidemos saber perdonar a quien nos ofende. Vivir la respuesta que Jesús le dio a San Pedro cuando él le preguntó: «¿Hasta cuántas veces he de perdonar a mi hermano si peca contra mí?, ¿hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». Siempre, y cuanto antes mejor. No podemos dejar anidar en el corazón el odio o el rencor hacia un semejante. Perdonar en seguida, aun cuando la ofensa haya sido dolorosa.
«No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal». Oración de la perseverancia. Es lógico que quien ama no desee ofender al objeto de su amor.
Sobre este modelo perfecto de oración en el que se pueden recoger actos de fe, esperanza, amor, petición y desagravio, comenzamos una mayor intimidad con Dios. Oración que nos ocupará un tiempo determinado y que deseamos que continúe después a lo largo del día, llamándole, porque sabemos cómo hacerlo; pidiendo lo que necesitamos, porque somos amigos de Dios.