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14 mayo 2025

En diálogo con el Señor (1ª parte)

San Josemaría. En diálogo con el Señor(ed. crítica)

6ª. EN UN 2 DE OCTUBRE (2/X/1962) (3 de 4)
3f El Señor dispuso los acontecimientos para que yo no contara ni con un céntimo, para que también así se viera que era Él. ¡Pensad cómo hice sufrir a los que vivían a mi alrededor! Es justo que aquí dedique un recuerdo a mis padres. ¡Con qué alegría, con qué amor llevaron tanta humillación! Era preciso triturarme, como se machaca el trigo para preparar la harina y poder elaborar el pan; por eso el Señor me daba en lo que más quería... ¡Gracias Señor! Porque esta hornada de pan maravillosa está difundiendo ya «el buen olor de Cristo» en el mundo entero: gracias, por estos miles de almas que están glorificando a Dios en toda la tierra. Porque todos son tuyos.
3f gracias, por estos Crol971,988 ] gracias por estos EdcS,59.
«¡Con qué alegría, con qué amor llevaron tanta humillación!»: se refiere a la ruina económica familiar. San Josemaría consideraba que la Providencia se había servido de ese descalabro económico para forjarle en las virtudes que necesitaría como futuro fundador, y para que el Opus Dei comenzara sin medios económicos en los que apoyarse. Ver AVP I, pp. 58 y ss. Las dificultades económicas fueron especialmente agudas en los comienzos, especialmente entre 1931 y 1934, aunque hubo otros momentos -en los años 40-50, en Roma, por poner otro ejemplo— en que volvieron a
presentarse de manera angustiosa. Ver DYA, y AVP III, pp. 118 y ss.
4a Llegamos al tercer punto de nuestra meditación y, en este tercer punto, no soy yo el que os propone determinadas consideraciones: sois vosotros quienes habéis de enfrentaros con vosotros mismos, ya que el Señor nos ha escogido para la misma finalidad y, en vosotros
y en mí, ha nacido toda esta maravilla universal. Este es el momento en que cada uno debe mirarse a sí mismo, para ver si es o no es el instrumento que Dios quiere: una labor personalísima, una labor íntima y singular de vosotros con Dios.
4b Convenceos, hijos míos, de que el único camino es el de la santidad: en medio de nuestras miserias -yo tengo muchas-, con toda nuestra alma, pedimos perdón. Y a pesar de esas miserias, sois almas contemplativas. Yo lo entiendo así, no considero sólo vuestros defectos: puesto que contra ese lastre reaccionamos constantemente, buscando al Señor Dios nuestro y a su Bendita Madre, procurando vivir las Normas que os he señalado. Como una necesidad, vamos a Dios y a Santa María -a nuestra Madre-, tenemos trato constante con ellos; ¿no es esto lo propio de las almas contemplativas?
4c Cuando me desperté esta mañana, pensé que querríais que os dijera unas palabras y debí ponerme colorado, porque me sentí abochornado. Entonces, yendo mi corazón a Dios, viendo que queda tanto por hacer, y pensando también en vosotros, estaba persuadido de que yo no daba todo lo que debo a la Obra. Él, sí; Dios, sí. Por eso hemos venido esta mañana a renovar nuestra acción de gracias. Estoy seguro de que el primer pensamiento vuestro, en el día de hoy, ha sido también una acción de gracias.
4d El Señor sí que es fiel. Pero, ¿y nosotros? Debéis responder personalmente, hijos míos. ¿Cómo se ve, cada uno, en su vida? No pregunto si os veis mejor o peor, porque a veces creemos una cosa y no somos objetivos. A veces el Señor permite que nos parezca que andamos hacia atrás: nos cogemos entonces más fuerte de su mano, y nos llenamos de paz y de alegría. Por eso, insisto, no os pregunto si vais mejor o peor, sino si hacéis la Voluntad de Dios, si tenéis deseos de luchar, de invocar la ayuda divina, de no poner nunca un medio humano sin poner a la vez los medios sobrenaturales.
4e Pensad si procuráis agrandar el corazón, si sois capaces de pedirle al Señor —porque muchas veces no somos capaces o, si pedimos, lo pedimos para que no nos lo conceda—, si sois capaces de pedirle, para que os lo conceda, ser vosotros los últimos y vuestros hermanos los primeros; ser vosotros la luz que se consume, la sal que se gasta. Esto hay que pedir: saber fastidiarnos nosotros, para que los demás sean felices. Este es el gran secreto de nuestra vida, y la eficacia de nuestro apostolado.

4e «la luz que se consume, la sal que se gasta»-, aplicación de unas palabras del Sermón de la Montaña: «Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13-16). San Josemaría las evoca para hablar de la entrega a Dios como un vivir “gastándose” por El («gastarse por Amor» dice en Es Cristo que pasa, n. 21; ver también: Amigos de Dios, nn. 72 y 126; Forja, n. 364). Para tener eficacia apostólica y sobrenatural en la propia vida es preciso estar dispuestos a diluirse como la sal, para dar sabor, y a quemarse como el combustible, para producir luz (cfr. Forja, n. 44; Surco, n. 883). En otras palabras, ser discípulos de Cristo —ser sal y luz del mundo- implica cargar con la cruz de cada día, y consumir la propia existencia, “perder” la vida para “salvarla” (cfr. Lc 9, 23-24). El contexto de ese “consumirse” y “gastarse” es aquí la entrega a los demás, la caridad fraterna, que lleva a negarse en tantos pequeños detalles ordinarios «para que los demás sean felices».