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Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004
O memoriale mortis Domini, panis vivus, vitam præstans homini
Memorial del Sacrificio de la Cruz
La Eucaristía es memorial de la muerte del Señor y banquete donde Cristo nos da como alimento su cuerpo y su sangre.
«La divina sabiduría —enseña Pío XII— ha hallado un modo admirable para hacer manifiesto el sacrificio de nuestro Redentor con señales exteriores, que son símbolos de muerte. En efecto, gracias a la transubstanciación del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo, así como está realmente presente su cuerpo, también lo está su sangre; y de esa manera las especies eucarísticas, bajo las cuales se halla presente, simbolizan la cruenta separación del cuerpo y de la sangre.
De este modo, la conmemoración de su muerte, realmente sucedida en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar; ya que por medio de señales diversas se significa y se muestra a Jesucristo en estado de víctima».
Juan Pablo II, al exponer esta doctrina, escribe:
«La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración memorial, la "manifestación memorial" (memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo.
La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario».
La Santa Misa jamás se queda, por tanto, en un simple recuerdo del acontecimiento salvador del Gólgota, sino que lo actualiza sacramentalmente.
Todo sacramento realiza lo que significa; así, la Misa significa y hace presente el mismo sacrificio de Jesús en el Calvario. Nos trae el memorial vivo de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor.
«Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la Cruz, permanece siempre actual».
En el Sacrificio de la Misa, unimos todo lo nuestro al ofrecimiento con que Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, se entregó a Dios Padre, en adoración, acción de gracias, satisfacción por los pecados de la humanidad y petición por todas las necesidades del mundo.