Página inicio

-

Agenda

12 abril 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

Nace la concebida Inmaculada (2 de 2)
La Virgen es la perfecta hija de Dios, cuyo corazón late al unísono —en el dolor y en la alegría— con el de su Padre.
Junto con ese afán de reparación, posee el gozo de la perfecta hija de Dios: la alegría es un bien cristiano. Esa alegría cristiana es la de Santa María, porque su mirada sabe descubrir la bondad de Dios en lo diario y en lo concreto, en lo pequeño y en lo grande; admira en lo que le rodea la divina mano amorosa.
Santa María, hija predilecta de Dios Padre, es el modelo perfecto de la virtud de la alegría. ¡Qué hermosa es nuestra vocación de cristianos —¡de hijos de Dios!—, que nos trae en la tierra la alegría y la paz que el mundo no puede dar! Un gozo de unas características determinadas: una alegría honda que no sabe ser ruidosa, que es desbordante, serena, contagiosa, tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastra a otros por los caminos cristianos.
Se puede afirmar que las virtudes que más destacaban ante aquellos que trataban a la Virgen eran, por la acción del Espíritu Santo en su alma, la ternura, la alegría y la paz; un amor, una serena simpatía que la hacía tan atrayente, tan fácil de ser querida por todos los que acudían a Ella. Después, esas mismas personas descubrirían tantas otras virtudes: su laboriosidad, comprensión, unión con Dios...
Ella mantiene siempre el júbilo en su alma porque se identifica con lo que su Padre Dios le va pidiendo cada día: Sobre estas directrices discurre la bondad inigualable de nuestra Madre Santa María: un amor llevado hasta el extremo, cumpliendo con esmero la Voluntad divina, y un olvido completo de sí misma, contenta de estar allí, donde Dios la quiere.
—Por eso, ni el más pequeño de sus gestos es trivial. —Aprende.

Desde lo más profundo brota su gozo al exterior; podemos comprobarlo cada uno al acercarnos a Ella: Pido a la Madre de Dios que nos sepa, que nos quiera sonreír...,y nos sonreirá.
Y, además, en la tierra premiará nuestra generosidad con el mil por uno: ¡el mil por uno, le pido !

La alegría de la Virgen era límpida, sencilla, pacífica. «La Virgen clemente, con su mirar sereno...», reza una antífona dedicada a la Madre de Dios. El gaudium cum pace, el gozo sereno que emanaba su figura sigue siendo actual; nada más acudir a Ella, el corazón se aquieta y renace la alegría.
Transmite un sosiego comunicativo: Santa María es —así la invoca la Iglesia— la Reina de la paz. Por eso, cuando se alborota tu alma, el ambiente familiar o el profesional, la convivencia en la sociedad o entre los pueblos, no ceses de aclamarla con ese título: Regina pacis, ora pro nobis! —Reina de la paz, ¡ruega por nosotros! ¿Has probado, al menos, cuando pierdes la tranquilidad?... —Te sorprenderás de su inmediata eficacia.
Un día el Espíritu Santo le sugiere a la Virgen Santísima que Dios le pide algo nuevo. Responde Santa María, de modo inmediato, con el ofrecimiento de mantener siempre su virginidad, de ser toda y siempre para Dios. Y prosigue en su petición esperanzada de que nazca en la tierra la virgen de la que habló el profeta Isaías, que engendrará al Salvador. En su humildad, no piensa ni remotamente que Ella será esa virgen madre.
Hasta que llega el momento anhelado por los hombres durante siglos.