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Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid
YO HE CONSTITUIDO MI REY SOBRE SION, MI MONTE SANTO
Y ahora Cristo llora
No puede remediar un fuerte sollozo ante la muerte de su amigo Lázaro. Jesús en Betania es feliz; es un hogar donde los tres hermanos han sabido darle cobijo. Jesús se siente amado. Por eso, al enterarse de la mala noticia, todo su ser siente congoja.
«Lazare, veni foras». Lázaro, sal fuera. La voz de Jesús toma un matiz de amor al llamarle.
Los judíos que estaban presentes no pueden menos que exclamar: mirad cómo le amaba. Y en seguida la doble intención: Pues si tanto le quiere, ¿no ha podido impedir que muriese?
Podemos también nosotros volver a la vida. También el Señor nos dice: Ven, sal fuera. De mí, de mi egoísmo, de mi plan, de esa perfecta organización de mi vida, en la que no cabía la voz de Cristo. A pesar de las ligaduras que nos atan, como Lázaro podemos andar y salir fuera. El aire, la luz y el rostro de Cristo, todavía con huellas de lágrimas, van a hacer de nosotros un hombre nuevo.
Cristo, solo
La hora del dolor se acerca. Cristo pide a sus apóstoles que vayan con El, como otras veces, hasta el Huerto de los Olivos. Se aparta unos pasos de ellos y comienza a orar. «Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
Todos los pecados, todos los horrores del mundo —mis pecados— están allí presentes. El dolor del Dios-hombre es tal, que llega a sudar sangre.
Y al volverse a los que más amaba, a los predilectos, los encuentra dormidos. El sufrimiento le hace exclamar: ¿no habéis podido velar una hora conmigo?
Reproches de Cristo. Jesús está solo.
Se tiene piedad en la tierra del hombre solo. Hemos nacido para convivir, necesitamos a los demás, se llama raros a aquellos que son poco sociables. Es necesaria la amistad, el intercambio de opiniones, la conversación. En los momentos de dolor los hombres se acompañan. Muy desnaturalizados tendríamos que ser para no alentar al amigo en la desgracia. Es algo que sale de dentro, que por supuesto supone un esfuerzo, porque a veces no se tiene mucho tiempo o no se tienen ganas. Se critica, se murmura, o por lo menos sorprende que aquella persona no haya asistido a un funeral o no haya visitado la clínica donde su amigo enfermo sufre.
Los elegidos duermen. Jesús está solo con toda la maldad del mundo. Esto nos lleva a pensar: ¿cómo es posible que le dejaran solo?
Jesús necesita compañía; quiere que le demostremos nuestro amor con palabras y con obras. Es tanta nuestra torpeza que nos encontramos confusos. También como los apóstoles, nos hemos quedado dormidos; y ante la mirada de sufrimiento de Cristo se conmueve nuestro corazón.
Le decimos palabras entrecortadas, frases que no sabemos terminar pero que llevan la fuerza de la compenetración. Comprendemos su dolor y queremos estar a su lado. Nos ayudan en este rato de oración aquellas palabras de San Pedro: «Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo».
A pesar de que no hay dolor como el suyo, nuestro deseo es mitigarlo y le ofrecemos el nuestro.
Lo nuestro es tan poco. Pero siempre ese «poco» será el compañero en el dolor de Jesús. No queremos dejarle solo; hasta humanamente considerado, es una falta de educación. El Señor nos pide que estemos vigilantes, no vaya a ser que, aun intentando llevar una vida santa, nos llegue el momento de recibirle y en vez de hallarnos como las vírgenes prudentes, nos encontremos sin aceite en nuestras lámparas, a semejanza de las necias.
También es verdad que el espíritu está pronto, pero la carne es flaca. Esto no nos debe intimidar. Hay que acompañar a Jesús en su dolor, aunque nos venza el sueño o la pereza. Todo consiste en despertar una y otra vez.
Cristo y la naturaleza
Conocemos los gustos de Jesús: salvo en dos o tres ocasiones —las bodas de Caná, la comida en casa de Zaqueo, etcétera—, Jesús tiene predilección por la naturaleza. Se entiende, es lógico que Jesús ame al mundo porque ha salido de las manos de su Padre-Dios. El mundo es bueno, la naturaleza ofrece bellezas incomparables; es un bonito marco para la figura de Cristo.
A Jesús le atrae el mar; llega a andar sobre las aguas, ¿para qué? Pensamos que para fortalecer la fe de los apóstoles y para demostrar que es el dueño del mar. Le seguimos en sus andanzas por aquellos caminos de Galilea. Se puede decir que la presencia continua de Cristo en el mundo es la alabanza por excelencia a la creación de Dios.
Su predicación al aire libre tiene, además, otra razón de ser; Jesús no quiere hacer distinciones. De este modo, pueden acercarse todos a oírle. Nadie puede sentir vergüenza o temor, ya que aquella no tiene lugar en ningún sitio especial o reservado. Cristo demuestra que ha venido al mundo para estar con todos los hombres.
En un recorrido rápido a través del Evangelio, hemos conocido a Cristo y le hemos visto actuar. Ha dejado resumida en una frase un mandato, como norma de vida para todos nosotros: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo».
Jesús, el Rey, ha instaurado el Reino de Dios y nos ha dejado el «mandamiento nuevo» que debe ser el lema de nuestras vidas, «amaos los unos a los otros como yo os he amado».