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25 marzo 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid

YO HE CONSTITUIDO MI REY SOBRE SION, MI MONTE SANTO
El templo de Dios
Y en los ojos de Cristo encontramos ahora cólera: parece imposible que pueda operarse tal cambio: Jesús no resiste la hipocresía. Jesús no resiste que el templo de Dios se convierta en cueva de ladrones.
El engaño, la falsedad, la doble vida, ¡cómo podemos ser así! Guardamos las apariencias para quedar bien ante los demás.
A veces hemos endurecido tanto el corazón que llegamos a sentir una gran incapacidad para entender las cosas de Dios y el reflejo de nuestra vida no sirve de ejemplo, aunque a pesar de todo intentemos hacer apostolado con los demás. Con qué fuerza les decía Jesús a los escribas y fariseos: «¡Ay de vosotros, que recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito y luego de hecho le hacéis hijo de la gehenna dos veces más que vosotros». ¡Qué deseos de resucitar a quien está muerto para Dios!

La palabra de Jesús
¿Quién puede resistir la palabra del Hijo? El mismo es la Palabra. Es curioso observar cómo influye en las gentes la lectura de los milagros que Jesús realizó durante su vida en la tierra: se señalan, se distinguen; y sin embargo, lo que realmente mantenía a aquellas personas en el seguimiento de Cristo era su palabra. Palabra sencilla, con don de gentes, que hace que aquel pueblo rudo le siga, sin fatiga, embobados, aunque a veces la mayoría no llegue a calar la profundidad de aquella parábola o de aquel suceso. El lenguaje que usa el Señor es el mismo del pueblo; no hace grandes discursos. Habla de la siega, de la mies, del grano de mostaza. Compara la hermosura en el vestir a los lirios del campo. Les dice que ellos valen más que muchos pajarillos. Hay comparaciones para todos: para los que trabajan en el campo y para los pastores. Cuando quiere hablar de El mismo se compara con el Buen Pastor y a los que le escuchan los llama sus ovejas.
Los pescadores también se sienten orgullosos de que el Señor utilice sus barcas y de que les aumente la pesca. Su palabra llena de fuerza pronuncia el «sígueme». El Señor convence.
Cansado del camino, divisa a lo lejos el pozo de Jacob y se sienta en el borde. El Señor espera. Una mujer se acerca a sacar agua del pozo. El corazón de Cristo late con fuerza. El apostolado de la palabra comienza. Es Jesús el primero que entabla la conversación. En la mujer hay indiferencia, está metida en sus pensamientos y además el que está enfrente es un judío y ella es samaritana. Se da prisa en sacar el agua, debe irse pronto. Y sin tiempo para nada escucha aquella frase: «dame de beber».
Cuántas veces hemos escuchado esta frase en nuestro interior. Jesús, sediento, nos pide unos minutos de conversación, un pensamiento para El, una pequeña mortificación, algo que entregarle para calmar su sed.
A la samaritana la pidió todo, un cambio total de vida, a través de una conversación sencilla, que comienza pidiéndole agua para beber. Palabras de Cristo que inquietan a la mujer, que no está dispuesta al diálogo. Y por eso su respuesta es dura y lógica. ¿Cómo te atreves a meterte en mi vida? Yo ya estoy tranquilo. Ya te recuerdo dos o tres veces al día. Doy alguna limosna. Trato bien a los demás. A veces podemos pensar: es que si me planteo de verdad la presencia de Dios en mí, estaría todo el día con preocupación histérica.
«Si tú supieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber».
Nosotros sí que lo sabemos, nos lo han enseñado, pero lo olvidamos. Ahora no es el egoísmo, es incluso esa costumbre de escuchar la palabra de Dios. Se cierran los sentidos cuando el esfuerzo para meditar va resultando algo duro. Se cambia de pensamiento con facilidad, porque no se ve necesidad de dar más.
¿Por qué la samaritana llegó al conocimiento de que Jesús era el Mesías?
Primero, porque fue sincera: «no tengo marido». Después porque supo pedir: «dame de esa agua, así no tengo que venir más al pozo». Luego porque fue valiente al preguntar: «¿Tú eres el Mesías?». Y al final, porque fue generosa y no quiso quedarse sola con su descubrimiento: «venid y ved lo que ha hecho Este conmigo».
La conversación del Hijo del Hombre con la samaritana ha producido fruto. Jesús se marcha contento.
Seguimos en el Evangelio el encuentro con la mujer adúltera; la amistad con Marta, María y Lázaro; y la admiración que sintió el Señor ante el centurión, que le hizo exclamar: «no he visto fe igual en todo Israel».