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San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)
3ª. CON LA DOCILIDAD DEL BARRO (3/XI/1955) (2 DE 3)
3a Vamos a seguir ahora, hijos, con dos textos de la Sagrada Escritura: de San Lucas, uno; el otro de San Juan. El Señor entre barcas y redes halló a sus primeros discípulos, y muchas veces comparaba la labor de almas con las faenas pesqueras.
3b ¿Te acuerdas de aquella pesca milagrosa, cuando se rompían las redes? En ocasiones, en la labor apostólica también se rompe la red por nuestra imperfección, y, aun cuando sea abundante, la pesca no es todo lo numerosa que podría ser.
3c A esa pesca apostólica, abierta a todas las almas, podríamos aplicar aquel texto de San Mateo, que habla de «una red barredera, que echada en el mar, allega todo género de peces», de cualquier tamaño y calidad, porque en sus mallas cabe todo lo que nada en las aguas del mar. Esa red no se rompe, hijo mío, porque no hemos sido ni tú ni yo, sino nuestra Madre buena, la Obra, la que se ha puesto a pescar.
3d Pero no quería hablarte ahora de esa pesca, ni de esa red inmensa. Deseo hacerte considerar más bien la que, en el capítulo XXI, cuenta San Juan: cuando Simón Pedro sacó a tierra, y puso a los pies de Jesús, una red «llena de ciento cincuenta y tres peces grandes». En esa red de peces grandes, escogidos, te metió Cristo con la gracia soberana de la vocación. Quizá una mirada de su Madre le conmovió hasta el extremo de concederte, por la mano inmaculada de la Santísima Virgen, ese don grandioso.
3d «En esa red de peces grandes»: al preparar este texto para su publicación, san Josemaría suprimió las referencias circunstanciales al Colegio Romano que había pronunciado y las adaptó a todos los miembros del Opus Dei. En la transcripción se entiende que la segunda pesca milagrosa es la llamada a incorporarse al Colegio Romano: «Esta vez los pescadores no somos ni tú ni yo: ha sido nuestra Madre buena la Obra la que se ha puesto a pescar. Porque en esta red del Colegio Romano de la Santa Cruz, podemos decir que se cumplen las palabras de San Juan (XXI, 11) ya que está llena de “magnis piscibus”, que esta red del Colegio Romano está llena de grandes peces, “centum quinquaginta tribus”: casi los mismos que estáis aquí. De una parte os metió en la red Cristo, con la gracia soberana de la vocación. Quizá una mirada de su Madre le conmovió hasta el extremo de darte esa gracia, por la mano inmaculada de la Santísima Virgen. Y, después, a través de vuestros Superiores, oyendo esta pobre voz mía, la voz de Cristo, El os ha cogido de nuevo y os ha metido en esta red, contados, numerados», m551103-A. “Superiores” equivale a “Directores”, en terminología que acabó por preferir.
3e Hijos míos, mirad que todos estamos metidos en una misma red, y la red dentro de la barca, que es el Opus Dei, con su criterio maravilloso de humildad, de entrega, de trabajo, de amor. ¿No es hermoso esto, hijos míos? ¿Acaso tú lo has merecido?
3f Este es el momento de volver a decir: ¡me dejaré meter en la barca, me dejaré cortar, rajar, romper, pulir, comer! ¡Me entrego! ¡Díselo de veras! Porque luego resulta que, a veces, por tu soberbia, cuando se te hace una indicación que es para tu santidad, parece como si te rebelaras: porque tienes en más tu juicio propio -que no puede ser certero, porque nadie es buen juez en causa propia- que el juicio de los Directores; porque te molesta la indicación cariñosa de tus hermanos, cuando te hacen la corrección fraterna...
3f «me dejaré cortar, rajar, romper, pulir, comer!»: usa verbos que expresan gráficamente la humildad y docilidad que se necesitan en la búsqueda de la identificación con Cristo. Son parte de ese “negarse a sí mismo”, de esa plena superación del egoísmo, que Jesús pide a sus discípulos (cfr. Mc 8, 34 y par.). Los primeros verbos recuerdan la labor del médico, o también del escultor, al que se refiere en Camino:. «Se precisa mucha obediencia al Director y mucha docilidad a la gracia. -Porque, si no se deja a la gracia de Dios y al Director que hagan su obra, jamás aparecerá la escultura, imagen de Jesús, en que se convierte el hombre santo» (n. 56). Si no se deja cortar, rajar, romper, pulir..., incluso la mejor madera no pasará de ser un «un leño informe, sin labrar» (ibid.). Si deja hacer, respetando el propio modo de ser, esa labor «hará que vuestra personalidad -la de cada uno- se mejore con sus características peculiares...» (n. 2a).
«nadie es buen juez en causa propia»: refrán popular, que expresa el principio jurídico de que no se puede ser juez y parte. Aquí lo aplica a la vida espiritual: nadie es buen consejero de sí mismo cuando se trata de detectar y corregir los propios defectos o malas inclinaciones. Por eso es prudente acudir a un guía que aconseje con objetividad.