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Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992
Detalles de su amor a la Virgen
En este breve resumen de la devoción de Mons. Escrivá de Balaguer a la Madre de Dios, no pueden dejar de citarse algunos textos que tratan de este querer y que pertenecen a un artículo de Mons. Javier Echevarría, que ha convivido con el Fundador unos veinticinco años, y por tanto, además de la hondura que encierran, tienen el valor de estar redactados por un testigo muy cercano.
Al considerar el afán de santidad del Beato Josemaría, dice: «Muy alta fue la mira que el Padre se impuso: llegar aquí a una intimidad estrecha con el Señor, en medio de los quehaceres habituales, para gozarle después eternamente. Y, en su esfuerzo de santificación cotidiana, destaca con relieve un rasgo que viene a ser como la pauta, como la regla de oro de su caminar: su devoción a María Santísima».
Este amor a Nuestra Madre, Mons. Escrivá de Balaguer lo llevaba a la práctica diaria de modo constante: «La Virgen, Madre del Señor y Madre nuestra, comentaba de modo gráfico, es el atajo para llegar a Dios.
Con qué ilusión diaria recorría el Padre personalmente ese trayecto. Apenas comenzaba su mañana, después de un serviam! rendido a la Trinidad, le hemos visto coger cuidadosamente una imagen de la Virgen, que tenía junto a la cabecera de su cama, y en sus manos —con un beso de devoción— daba ya su primer paso, se podía decir que coincidía con su primer paso físico, porque luego se adelantaba para dejar en su sitio la imagen. A continuación, en cauce sereno, recordando oraciones aprendidas de sus padres, renovaba para aquel día el ofrecimiento de todo su ser y de todo su quehacer, aceptando lo que el Señor dispusiera.
¿Cómo era su devoción a la Virgen, expresada sin interrupción, contando con Ella para todo ya desde el punto de la mañana? Tierna y recia, honda y sincera, alegre y serena, entusiasmada y piadosa, cada vez con más renovado amor de enamorado apasionado. No era posible oírle hablar de la Madre de Dios sin quedarse removidos o, al menos, convencidos de que la amaba con locura. En sus palabra s se unían una piedad filial, que desarmaba toda resistencia, y una sabiduría teológica, que atraía por la fuerza convincente de su luz».
Considerando ese vivir en la presencia de la Madre de Dios, comenta Mons. Javier Echevarría: «solía el Padre, en su trabajo, en sus traslados de un lugar a otro, en sus oraciones vocales, en su conversación habitual..., siempre, buscar el recurso mariano —quizá con una mirada a una imagen—, y pensaba cómo se comportaría Ella en esa ocupación concreta: hazlo, nos ha repetido con incansable machaconería, y comprobarás que con la Virgen hasta lo difícil se vuelve fácil, y lo que parece monótono adquiere un relieve distinto y atractivo. Tenía en la mesa donde trabajaba una tabla pequeña con una Dolorosa. No se recataba en besarla piadosamente muchas veces, también cuando el peso de la fatiga se hacía sentir, y luego recogía de nuevo su atención sobre los papeles, que salían de sus manos con la seguridad de que Ella había presidido su estudio y de que el Señor había dirigido su decisión».
Todo ese querer a la Madre de Dios fue, lógicamente, correspondido del modo inefablemente generoso con que Nuestra Madre se vuelca con sus hijos: «Que la Virgen Santísima nos oye, es una realidad que Mons. Escrivá de Balaguer exponía con todo el vigor de su fe operativa: porque, desde que era muy pequeño —y luego, durante todos sus años—, se fió de Ella con entera confianza, creyó y se abandonó a su protección como creen y se abandonan los niños en brazos de su madre, y la Virgen siempre llenó su corazón saturándolo con creces, como sólo Ella sabe dar».