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Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004
In Cruce latebat sola deitas, at hic latet simul et humanitas
Cátedra de todas las virtudes
Escribe Santo Tomás de Aquino que Cristo en la Cruz da ejemplo de toda virtud: «Passio Christi sufficit ad informandum totaliter vitam nostram», basta volver los ojos al Crucificado, para aprender cuanto necesitamos en esta vida.
E insiste: «Nullum enim exemplum virtutis abest a Cruce», no faltan ejemplos de ninguna virtud, abundan claramente para todas: fortaleza, paciencia, humildad, desprendimiento, caridad, obediencia, desprecio de los honores, pobreza, abandono...
De la Eucaristía podemos afirmar otro tanto: es cátedra excelsa de amor y de humildad; en este divino Don, podemos fortalecernos también en las demás virtudes cristianas.
«En la Sagrada Eucaristía y en la oración está la cátedra en la que aprendemos a vivir, sirviendo con servicio alegre a todas las almas: a gobernar, también sirviendo; a obedecer en libertad, queriendo obedecer; a buscar la unidad en el respeto de la variedad, de la diversidad, en la identificación más íntima».
Se demuestra especialmente como cátedra para las virtudes que deben cultivarse a diario en el trabajo y en la familia, en las situaciones comunes de las personas corrientes: saber esperar, saber acoger a todos, estar disponible siempre...
El silencio de Jesús sacramentado resulta sobre todo elocuente para quienes, como nosotros, hemos de santificarnos nel bel mezzo della strada, atareados en mil ocupaciones en apariencia de escasa importancia.
Desde el silencio de esa sede, Él nos puntualiza que la vida ordinaria nos ofrece —con la humildad en que transcurre— una posibilidad constante de santificación y de apostolado; que encierra todo el tesoro y la fuerza de Dios, que interviene y dialoga en cada instante con nosotros, y se interesa hasta de la caída de un cabello de la criatura (cfr. Mt 10, 29).
Contemplando a Jesús sacramentado, nos adentramos en la necesidad de movernos con rectitud de intención, con no tener otra voluntad que la de cumplir el querer divino: servir a las almas para que lleguen al Cielo.
Se descubre la trascendencia de darnos a los demás, gastando la propia existencia en acompañar a nuestros hermanos los hombres, sin ruido, con paciencia, discretamente; con la amistad y el afecto manifestados en obras quizá pequeñas pero concretas y útiles; con la disponibilidad de tiempo y con la amplitud de corazón que sabe pronunciar para todos, para cada uno, la oportuna palabra, el consejo y el consuelo necesarios, el comentario doctrinal y la corrección fraterna.
«Él se abaja a todo, admite todo, se expone a todo —a sacrilegios, a blasfemias, a la frialdad de la indiferencia de tantos—, con tal de ofrecer, aunque sea a un hombre solo, la posibilidad de descubrir los latidos de un Corazón que salta en su pecho llagado».