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4 enero 2025

María. Infancia

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

Infancia
Nació el Fundador del Opus Dei en Barbastro (Huesca), el día 9 de enero de 1902. El Señor me hizo nacer —explicaba él mismo— en un hogar cristiano, como suelen ser los de mi país, de padres ejemplares que practicaban y vivían su fe, dejándome una libertad muy grande desde chico, y vigilándome al mismo tiempo con atención. Trataban de darme una formación cristiana, y allí la adquirí más que en el colegio, aunque desde los tres años me llevaron a uno de religiosas, y desde los siete a otro de religiosos.
Su madre, Doña Dolores, tenía gran devoción a una advocación de Nuestra Señora, cuya imagen se encontraba en una ermita a unos kilómetros de Barbastro: la Virgen de Torreciudad. Cuando Josemaría tenía dos años, cayó enfermo; dos médicos le desahuciaron como un caso sin remedio. Uno de ellos le dijo a su padre, con franqueza de amigo, que el niño moriría esa misma noche. Su madre puso la vida de su hijo bajo el patrocinio de la Virgen de Torreciudad, y le prometió que si le curaba, lo llevaría a esa ermita mariana. A la mañana siguiente, cuando volvió el médico preguntando a qué hora había muerto el niño, su padre le comunicó que Josemaría estaba totalmente curado y dando alegres brincos en la cuna. Al poco tiempo, sus padres fueron a la ermita de la Virgen de Torreciudad y le ofrecieron el niño a la Madre de Dios.
Mons. Escrivá de Balaguer conoció después, de boca de su madre, este hecho que le ayudó a crecer en devoción y agradecimiento a la Santísima Virgen. Desde muy niño, cuando salía en la conversación familiar el tema, escuchaba el comentario habitual de su madre: «para algo grande te ha dejado en este mundo la Virgen, porque estabas más muerto que vivo».
Su padre, don José, también quería mucho a Santa María, y la misma mañana de su muerte, a primera hora, antes de acudir al trabajo, estuvo rezando un buen espacio de tiempo ante la imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa que tenía en casa. Después jugó un rato con su pequeño hijo Santiago, y a poco le dio un síncope ante el cual no pudieron hacer nada los médicos.
En este ambiente familiar, Josemaría aprendió de niño oraciones de párvulos; una de ellas era: Dulce Corazón de María, sed la salvación mía. Más tarde su madre le enseñó el ofrecimiento de obras a la Virgen, que Mons. Escrivá rezaría todos los días de su vida: ha repito —explicó pasados muchos años— por la mañana y por la noche, con mucha alegría, y me viene muy bien. Mientras me visto, mientras me afeito —no hay nadie más que mi Dios...—, rezo en voz alta:
«Oh, Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos. Y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día —en esta noche— mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón...; ¡una enumeración maravillosa!»".