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29 enero 2025

En diálogo con el Señor (1ª parte)

San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)

2ª. LA ORACIÓN DE LOS HIJOS DE DIOS (4/IV/1955) (2 de 4)
3b Si no lo has experimentado ya, verás cómo te ocurrirá que, al cumplir las Normas, sin darte cuenta, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, estás haciendo oración: actos de amor, actos de desagravio, acciones de gracias; con el corazón, con la boca, con las pequeñas mortificaciones que encienden el alma.
3b «cumplir las Normas»: las “Normas de piedad”, las “Normas del plan de vida” o simplemente, “las Normas”, designan el conjunto de prácticas de piedad que jalonan la vida de los fieles del Opus Dei, ayudándoles a mantener un continuo diálogo con Dios, en medio de sus quehaceres (ver introducción a esta meditación).
3c No son cosas que puedan considerarse pequeñeces: son oración constante, diálogo de amor. Una práctica que no te producirá ninguna deformación psicológica, porque para un cristiano debe ser algo tan natural y espontáneo como el latir del corazón.
3c «como el latir del corazón»: metáfora que el autor usaba a menudo en el contexto de la oración continua y de la vida contemplativa (cfr. Es Cristo que pasa, n. 8; Amigos de Dios, n. 247; Surco, n. 516) y también para referirse a la necesidad de multiplicar los pequeños sacrificios y mortificaciones en la existencia diaria (cfr. Amigos de Dios, n. 134, Forja, n. 518). En este último sentido, la misma expresión se encuentra en un libro de Francisca Javiera DEL VALLE, Decenario al Espíritu Santo, Madrid, Rialp, 1989, p. 68, que san Josemaría conocía muy bien.
3d Cuando todo eso sale con facilidad: ¡gracias, Dios mío! Cuando llega un momento difícil: ¡Señor, que no me dejes! Y ese Dios, «manso y humilde de corazón», ¿cómo va a decirte que no?
3e Yo quiero que toda nuestra vida sea oración: ante lo agradable y lo desagradable, ante el consuelo... y ante el desconsuelo de perder una vida querida. Ante todo, enseguida, la charla con tu Padre Dios, buscando al Señor en el centro de tu alma.
3f Para eso, hijo, debes tener una disposición clara, habitual y actual, de aversión al pecado. Varonilmente, has de tener horror, recio horror al pecado grave. Y también la actitud, hondamente arraigada, de abominar del pecado venial deliberado.
3g Dios preside nuestra oración, y tú, hijo mío, estás hablando con El como se habla con un hermano, con un amigo, con un padre: lleno de confianza. Dile: ¡Señor, que eres toda la Grandeza, toda la Bondad, toda la Misericordia, sé que Tú me escuchas! Por eso me enamoro de Ti, con la tosquedad de mis maneras, de mis pobres manos ajadas por el polvo del camino. De este modo es gustosa la abnegación, es alegre lo que quizá antes humillaba, y es feliz la vida de entrega. ¡Saberse tan cerca de Dios! Por eso, pase lo que pase, estoy firme, seguro contigo, que eres la roca y la fortaleza.

3g de Ti, Crol972,1101 ] de ti, EdcS, 32.
3h Padre -me estás como diciendo al oído-, pero eso que nos dice, por una parte es algo muy sabido, y por otra parece tan arduo... Y volveré a repetirte que es preciso ser alma de oración. Sólo así se puede ser feliz, aun cuando te desconozcan, aunque te encuentres grandes dificultades en el camino.
4a El Señor te quiere feliz en la tierra. Feliz también cuando quizá te maltraten y te deshonren. Mucha gente a alborotar: se ha puesto de moda escupir sobre ti, que eres «omnium peripsema», como basura...
4b Eso, hijo, cuesta; cuesta mucho. Es duro hasta que —por fin- un hombre se acerca al Sagrario y se ve considerado como toda la porquería del mundo, como un pobre gusano, y dice de verdad: Señor, si Tú no necesitas mi honra, ¿yo, para qué la quiero? Hasta entonces, no sabe el hijo de Dios lo que es ser feliz: hasta llegar a esa desnudez, a esa entrega, que es de amor, pero fundamentada en el dolor y en la penitencia.

4b «un hombre se acerca al Sagrario»: se trata de un hecho autobiográfico, que refiere aquí veladamente. Durante las contradicciones sufridas en los años cuarenta en España, una noche se levantó de la cama y se fue al oratorio a desahogarse ante el Señor, pronunciando las palabras que aquí recuerda, y que le devolvieron la paz: ver AVPW, p. 480.