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28 enero 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid

SE REUNEN LOS REYES DE LA TIERRA Y A UNA SE CONFABULAN LOS PRINCIPES CONTRA YAHVE Y CONTRA SU UNGIDO (4 de 4)

Es fácil que en algún momento, llevados de afanes personales, realicemos el cambio. Pero aunque no suceda nada estrepitoso a nuestro alrededor por no haber cumplido su voluntad, la sordera a sus llamadas no es crónica, porque queremos obrar con rectitud y nos llega el momento de pararnos para cambiar la dirección. No nos interesa estar enfrente de Dios, porque ya conocemos los efectos de su misericordia. Recordamos aquel momento en que la lepra desapareció de nuestro cuerpo y nos sentimos libres, con una alegría desconocida.
También contamos con la ayuda de aquellas personas que sabemos que Dios va a poner cerca de nosotros para ayudarnos. Aunque no veamos con claridad lo que nos aconsejan, ahí está precisamente el mérito: aceptar noblemente esta ayuda que nos dan, porque están en situación diferente a la nuestra y conocen con más profundidad lo que nos conviene.
Dios se manifiesta desde siempre a través de la Iglesia, y, además, nos ha dejado toda una doctrina elaborada con su propia vida. Podemos solucionar muchos de nuestros problemas si comparamos las situaciones por las que pasamos con las de El y buscamos sinceramente el modo de imitarle.
La frase corta con la que podemos resumir su vida de obediencia «y les estaba sumiso» puede darnos la clave de muchas rebeldías que no acabamos de vencer.
De todos modos, si pensamos inteli¬gentemente sobre nuestra vida y todo lo que nos rodea, es fácil llegar a la conclusión de que el principio del orden es Dios Creador y que nuestra dependencia de El es auténtica. Por tanto, todo lo que sea rebelarnos contra su voluntad va en perjuicio nuestro, porque nos aleja de El, que sabemos es el Camino, la Verdad y la Vida.
Si es que en algún momento «nos hemos alzado contra Yahvé y contra su Ungido», como nos previene el Salmo, reconocemos nuestra culpa dispuestos a emprender el camino de la verdad, sometiéndonos gustosamente a las indicaciones que Dios nos vaya marcando.
También del Antiguo Testamento, concretamente del libro de los jueces, reco¬gemos la actuación llena de docilidad de Gedeón, que nos ayuda a reconocer que ése debe ser desde ahora nuestro modo de obrar.
Se encuentra Gedeón (7,1-8), en Jarod, dispuesto a librar una batalla contra los madianitas, acampados al norte de las colinas de Moré.
Gedeón está bien preparado. Tiene un buen número de hombres que le aseguran la victoria del pueblo de Israel. Gedeón es un hombre creyente que mantiene conversaciones con Dios y se atreve a pedirle pruebas de que le va a ayudar a liberar a los israelitas. Dios se lo demuestra una y otra vez. Y a continuación prueba su obediencia.
A Yahvé le parece demasiado poderoso el ejército que va a entrar en guerra contra Madián. Le hace ver que el elemento humano, en este caso un gran ejército, puede llegar a pensar que, gracias a su esfuerzo, son ellos los que han conseguido la victoria. E impide que lleguen a jactarse ante El diciéndole: hemos sido nosotros los que nos hemos librado de los enemigos. Dios toma precauciones para que se manifieste su providencia y quita la ocasión que pueda presentarse al pueblo de Israel de incurrir en falta de confianza en El.
«Reúnelos, y diles que el que tenga miedo que se retire», dice Dios a Gedeón. Este no duda en cumplir la orden de Dios, que diezma su ejército. Hay 22.000 desertores. La obediencia de Gedeón es pronta.
Dios vuelve a exigir, y Gedeón vuelve a obedecer. Le pide que lleve a los que le quedan al agua y allí Dios mismo los va a seleccionar: «Todos los que beban agua en la mano sin doblar la rodilla ésos son los que te van a acompañar en la victoria».
No es fácil la situación de Gedeón, que se encuentra solamente con trescientos hombres. Sin dudar, sin volver a preguntar, dócilmente, confiando en que Dios tiene sus razones, ataca y vence al pueblo enemigo.
Es una prueba dura a la que Dios puede someter, si existe madurez interior, que consiste en aceptar, sin dudar, una orden suya.
Para responder bien, es necesario que afiancemos la fe, porque cuando se confía en alguien no aparece la duda, la persona merece todo nuestro respeto.
Es el momento de descubrir, a través de los versículos del Salmo, cuál es su voluntad. Una vez que hemos destruido las columnas fuertes de la ciudad humana que nos empeñábamos en construir, vamos a edificar con El su ciudad, rompiendo amarras y arrojando de nosotros lo que nos pueda apartar de El.