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12 enero 2025

La Resurrección

Rey Ballesteros. La Resurrección del Señor. Ed. Palabra, Madrid, 2000

LA PRIMERA NOTICIA (2 DE 2)
Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos (Mt 28, 8).
Para recibir el inmenso caudal de riqueza interior que en ella reside, el hombre debe acercarse con una actitud de suma sencillez. Esta toma de posición ante la Palabra divina, fuera de la cual nunca escucharemos la voz de Dios, viene marcada por un acto de fe, y este acto de fe requiere que el hombre se abra a la acción del Espíritu Santo. Sólo la Tercera Persona de la Santísima Trinidad puede situamos ante la Palabra de Dios y hacer que ésta se nos desvele en toda su riqueza, y sólo la humildad nos hará leer la Escritura como discípulos necios que necesitan que tal Maestro se la explique. De este modo, el Verbo divino, después de dos mil años, continúa inasequible al soberbio y extraordinariamente abierto al alma sencilla.
En pocas palabras, cuando abro el Evangelio tengo que saber que estoy ante la Verdad misma, que no puede engañarse ni engañarme. Por encima de todo, creo que lo que se me está transmitiendo es cierto, y si a primera vista se me presenta como una verdad oscura, confusa o escondida, no he de desanimarme, ni mucho menos juzgarla según mi criterio. Es más cómodo, lo sé, desconfiar de la Palabra de Dios que desconfiar de mis capacidades, pero esta actitud me deja a solas con mi ignorancia. Desde ella puedo someter el texto a mil interpretaciones forzadas hasta que consiga hacerle decir lo que se me antoja. Sin embargo, este proceso me sitúa ante mi propia palabra, no ante la Palabra de Dios. Si tomo el camino contrario, y reconozco mi incapacidad para desentrañar el mensaje evangélico, el paso siguiente es, necesariamente, pedir ayuda al único Intérprete, como hacían los apóstoles cuando pedían a Jesús que les explicase el sentido de las parábolas (cf. Mt 13, 36). Guiado por su mano, el hombre es entonces introducido en el mismo Misterio de Dios, y experimenta el sobrecogimiento propio del discípulo que está siendo elevado al conocimiento de lo sublime.
Pero no perdamos pie: si la Resurrección de Cristo es el centro y fundamento de nuestra fe, y es este acontecimiento histórico la clave bajo la cual debemos interpretar la realidad entera y nuestras propias vidas, nos importa muchísimo saber, con el mayor lujo de detalles que nos sea posible, qué sucedió aquella mañana. Y si a primera vista los datos evangélicos aparecen como confusos y enmarañados, la fe en la veracidad del texto y el deseo de conocer la verdad histórica harán que todo se vaya ordenando sorprendentemente ante nuestros ojos, y que el texto, sin resultar forzado en lo más mínimo, antes bien, desentrañando su propia lógica interna, nos muestre luminosamente la verdad escondida y proclamada que da sentido a nuestras vidas.
Volvamos al principio: cuando aquellas mujeres, entre las cuales estaba sin duda María Magdalena, salieron a toda prisa del sepulcro, en su interior se había iniciado la lucha entre dos lógicas distintas: la de la luz y la de las tinieblas. Como quien comienza a despertar, todavía narcotizado por un sueño profundo, siente a la vez la premura el día y el abotargamiento de la noche luchando dentro de sí, del mismo modo en el corazón de estas mujeres, despertado de repente, se unen, según nos cuenta San Mateo, el miedo y el gozo. Cada uno de estos sentimientos responde a una interpretación distinta del mismo hecho: si el cuerpo del Señor ha sido robado por los judíos o por los mismos romanos, eso significa que el asunto de Jesús de Nazaret no se ha cerrado del todo; aún después de muerto, sigue siendo molesto, y esto convierte a sus discípulos en el siguiente objetivo del odio de quienes detentan el poder. Hay, por lo tanto, razones para temer, y mucho, una persecución que les lleve, también a ellos, a la cruz.
Sin embargo, por otro lado, el anuncio del ángel era sumamente alegre, aunque muy difícil de creer. Había hecho nacer en aquellas mujeres el destello de un gozo inmenso, que ya pugnaba en su interior con el miedo a los judíos.
No es largo el camino que media entre el Gólgota y el Cenáculo. Sin embargo, fue suficiente para que esta primera batalla del día fuera vencida por la lógica de las tinieblas. Pudo más el miedo, porque se presentaba como más razonable creer en la maldad humana de quien roba un cadáver para desatar una persecución que dar crédito a un joven, por hermoso que sea, que afirma que un muerto ha vuelto a la vida. Y así, aquellas mujeres, despertadas por un ángel, volvieron a caer dormidas. Cuando llegaron al Cenáculo, estaban convencidas de que el cadáver de Jesús de Nazaret había sido robado. El encuentro con el ser angélico había sido reducido a la categoría de una anécdota macabra, y mencionarlo siquiera podía restar credibilidad al resto del mensaje. A esto se refiere San Marcos cuando explica que «no dijeron nada a nadie porque tenían miedo» (Me 16, 8). También puede hacer referencia con ello a que sólo hablaron de lo sucedido con Pedro y Juan, ocultándoselo por prudencia a los demás apóstoles.
El primer anuncio, muy probablemente, se produjo tal y como nos lo narra San Juan: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto» (Jn 20, 2). Por eso, Pedro y Juan salieron inmediatamente hacia el sepulcro de José de Arimatea (cf. Jn 20, 3-10). Pero aquella mañana iba a ser especialmente larga, a pesar de que los acontecimientos se sucedieran a gran velocidad, y la antorcha que el ángel había entregado a las mujeres ardía con un fuego propio, destinado a abrasar la Creación entera. El estado de evidente agitación en que se encontraban, las preguntas insistentes de los demás discípulos, la sensación de estar quizá ocultando el elemento clave del relato... no pudieron contenerse durante mucho tiempo. Alguna de ellas, quién sabe si abriendo de nuevo levemente los ojos a la mañana, habló de ese joven bañado en luz a quien no conseguían apartar de sus mentes. Posiblemente, al poco tiempo deseó no haber hablado, porque a los discípulos aquellas palabras «les parecían como desatinos, y no les creían» (Lc 24, 11), y fue precisamente esta incredulidad como un manto de tinieblas que volviera a sumergir en el sueño de la mentira a quienes de nuevo despertaban al brillo de la Verdad recién alumbrada. Pero en este domingo la luz jugará con los hombres y, atravesando toda aquella oscuridad, finalmente el anuncio se había producido. También los apóstoles, a través de unas mujeres confundidas y aún incrédulas, habían escuchado el aviso que les despertara de su largo sueño. Y también ellos habrían de irse desperezando poco a poco, conforme el día fuera imponiendo su victoria.