Página inicio

-

Agenda

9 septiembre 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Tesorera y dispensadora de gracias

Hoy he visto algo muy consolador: La Santísima Virgen María recorre el mundo y llama a todas las puertas, a todos los corazones de todos sus hijos; a ve­ces, es bien recibida, y se le da alguna cosa: flores, ci­rios, lágrimas, oraciones; a veces —también, por des­gracia muy a menudo— no se la quiere recibir, o estamos dormidos cuando ella, discreta y silenciosa­mente, llama a nuestra puerta... Ella nos tiende las ma­nos: abre su Corazón, que desborda con mil dones de amor hacia nosotros, y que recibe también todo lo que nosotros le damos; que también es herido, a menudo, por nuestras faltas y debilidades.

He visto a la Santísima Virgen caminar también reuniendo en su Corazón Inmaculado todos nuestros dones y ofrendas. Luego se presenta ante el Trono de la Trinidad divina y muestra su Corazón, lleno de lo que nosotros hemos dado; entonces Jesús lo recibe, pero guarda una gran parte en el Corazón de María; El sólo derrama sangre y agua que brotan de su Divino Corazón. María se va entonces, con el corazón lleno de los dones divinos de agua y de sangre, hacia el Purgatorio, sobre el que ella abre su Corazón mater­nal: el agua y la sangre que ha depositado Jesús, se desbordan como en una lluvia bienhechora, María añade sus lágrimas y su amor y las almas reciben in­mensos alivios.

Después, la Santísima Virgen abandona el Purgato­rio, y su Corazón está lleno del agradecimiento y de la oración de las almas que sufren, que ella presenta a Jesús: El las recibe y las intercambia por agua y san­gre. Entonces, la Santísima Virgen vuelve a la tierra, hacia la Iglesia militante que somos nosotros, y de­rrama el agua y la sangre. Luego recorre la superficie terrestre para recoger oraciones, sufragios y buenas obras, y presentarlas a su divino Hijo y convertirlos en consuelos y gracias para las benditas almas del Purgatorio...

Esta visión me ha aportado una enorme alegría. Es una imagen, es cierto, pero muy hermosa. El Ángel de la guarda se me apareció y dijo:

¡Mira cómo os ama nuestra Reina! Ella es la Tesorera y Dispensadora de gracias, ella es la gran Mediadora de gracias. No la neguéis nunca nada:

ella hace de todo lo que le hagáis, un tesoro para la Iglesia Santa, útil a la Iglesia entera, y que para vosotros se transformará en dones de amor.

Hay un incesante trasvase de Amor en la Iglesia entre el Cielo, el Purgatorio y la tierra, y la Santísima Virgen se ocupa activamente de este trasvase de amor. Los santos, incluso nosotros, participamos con nuestra Soberana, pero es ella quien propicia la unidad, porque es la Mediadora del Amor. Comprenderéis estas cosas en el Cielo, pero debéis ya vivirlas aquí abajo
.

Y, todo radiante, desapareció en la luz divina deján­dome en acción de gracias.

Los santos y el Purgatorio

Solemnidad de Todos los Santos, una de las fiestas más queridas por mi alma. Contemplación de la gloria de Dios en sus Elegidos, de la Misericordia divina, esa a lo que nosotros estamos convidados. Al final de la Santa Misa, mi Ángel se ha acercado a mí, cuando ter­minaba la acción de gracias en el altar de la Virgen, y me ha mostrado algo muy bello: era como un castillo de fuego elevado en medio de un océano de luz. Todo era tan resplandeciente que yo tenía que desviar la mi­rada, mientras que el Ángel, por otro lado, no dejaba de invitarme a contemplarlo. Poco a poco tuve la gra­cia de poder verlo más fácilmente. Había en este océano de luz dos orillas: una, bastante sombría y pesada, os­cura, ruda, es nuestra tierra de aquí abajo; otra, indes­criptible, radiante de luz, de esplendor, armoniosa, es el Cielo.

Hay un movimiento constante entre estas dos ori­llas, y también entre ambas y el castillo de fuego: mo­vimiento de almas que, por centenares o por millares, vienen cada día de la tierra para ir hacia el Cielo —po­cas entran inmediatamente—, para hacer un alto más o menos largo, más o menos doloroso, en el castillo de fuego, que he comprendido que era un símbolo del Purgatorio. Hay un movimiento de ángeles que, tam­bién sin cesar, van en perfecta armonía y diligencia del Cielo a la tierra y al Purgatorio, y de la tierra al Cielo y al Purgatorio, y del Purgatorio a la tierra o al Cielo. Llevan toda clase de cosas en sus brazos.

El Ángel me ha dicho que mirara al Cielo. Allí todo es armonía y esplendor, dicha y júbilo, éxtasis de Amor alrededor del misterio de la Trinidad divina y en El. He visto la Trinidad divina sobre un Trono, pero estaba oculta a mi vista por una nube tan deslum­brante, que yo tenía dificultad para mirar al Cielo; veía al Amor divino extenderse en grandes olas luminosas en el Cielo, el Purgatorio y la tierra; y todas las criatu­ras estaban inmersas en olas de Amor infinito. Me pa­recía que una poderosa atracción de amor se ejercía desde aquí, a partir del trono de la Trinidad divina; una corriente de amor fuerte y ardiente, dulce y suave, en la que toda la creación, todo, incluso el infierno, era mantenido de alguna manera. Los santos del Cielo se entregaban sin reserva a esta atracción de amor, en un anhelo de éxtasis que los lanza constantemente a Dios, quien constantemente se da a ellos en plenitud. Me siento incapaz de hablar de todo esto... Así, los santos son llamados a participar de esta atracción de Dios so­bre la creación, a amar todo lo que Dios ama y a darle gloria.

Después el Ángel me pidió que mirara al castillo de fuego del Purgatorio, y he visto que el Purgatorio en­tero está bajo esta poderosa atracción divina de Amor infinito, que pesa de alguna manera sobre él. Com­prendí que la pena del Purgatorio consiste en soportar con agradecimiento esta gran atracción de amor, sin que las benditas almas puedan corresponder en pleni­tud actualmente. Yo espero que se entienda lo que quiero decir. He visto que los santos del Cielo pesan con todo el peso de su amor sobre el Purgatorio, en esta atracción de Amor divino. Es la oración de los Elegidos por el Purgatorio, este ejercicio de su amor en el Amor divino que impregna y tiñe en sí el Purga­torio. Entonces he visto que la oración y el amor de los santos por el Purgatorio, son diferentes al que tene­mos aquí abajo por estas-mismas almas.

He visto también, en medio de todos los santos —como su Madre y Reina—, a María Inmaculada: en su corazón descansa toda la atracción del amor de Dios, antes de derramarse en olas sobre la creación entera, ya que ella recibe este tesoro del Corazón Eucarístico de Jesús, que se derrama en su Corazón antes de fluir, de alguna manera, hacia toda la creación. Y todos los santos rodean a su Madre y Reina, que está cerca de Jesús, y eso es todo un deseado misterio, los santos re­zan e interceden en el Cielo unidos a María, siempre con ella y como ella, al igual que ella actúa siempre con Jesús y como El. Incluso en el Cielo, como Madre y Reina, ella es mediadora entre Dios y los santos, Me­diadora de Amor.

Los santos interceden de varias formas por las al­mas del Purgatorio y esto me ha sido mostrado clara­mente. Primero, uniéndose por amor a la atracción del Amor divino que se ejerce sobre el Purgatorio. Des­pués, por una oración de intercesión unida a la de la Virgen María. Pero ellos no merecen en el Cielo, y no pueden presentar a Dios la ofrenda de méritos actuales por las almas del Purgatorio. Entonces tienen otro modo de intercesión, que es el amor de la gloria de Dios. Ellos presentan a la Trinidad divina su santidad, no como un bien que les pertenezca en propiedad, sino como victoria de amor, una glorificación de la Miseri­cordia; y suplican a Dios, por esta victoria y glorifica­ción de Cristo en ellos, que liberen del Purgatorio a las pobres almas, para que también ellas participen plena­mente en la luz divina en esta glorificación.

Además, ellos actúan según su propia gracia: los santos patronos muestran a Dios las almas que les han sido confiadas y que se encuentran en el Purgatorio, que son glorificadas en sí mismas por sus oraciones, por su vida, por sus virtudes, sus ejemplos, su imita­ción misma de la vida de esos patronos. Los santos ac­túan así con cada alma, ya que cada alma tiene su pa­trón. Esto se concibe en nuestra religión, pero también existe para los incrédulos y los fieles de otras religio­nes, ya que Dios, en su infinita bondad, confía el alma de cada uno de sus hijos, cualquiera que sea, a uno o varios santos que la guarda y protege. Los fundadores de las familias religiosas y los santos que han ilustrado a éstas, actúan de igual modo con sus hijos espiritua­les y presentan a Dios todas las oraciones, obras y su­fragios de sus congregaciones, pidiendo ver estas fa­milias espirituales reunidas en el Cielo para ocuparse, de alguna manera, en una liturgia común de glorifica­ción de Dios. De hecho, los santos del Cielo rezan a Dios según la palabra de Jesús: «Ut unum sint», «para que todos seamos uno» en el Cielo, en Jesucristo glo­rificado.