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8 septiembre 2024

Fernando Ocáriz. María y la Trinidad.

Madre de nuestra confianza

El último número de la Encíclica Redemptor hominis lleva por título: «La Madre de nuestra confianza». En él, Juan Pablo II contempla a María como Madre de la Iglesia; como la Madre de Dios que Dios mismo ha entregado como Madre a los hombres; como Aquella que como ninguna otra criatura ha sido introducida por Dios en el misterio de la Redención y, en consecuencia, como Aquella que mejor sabe introducir a los hombres en la dimensión divina y humana de ese misterio. Un misterio, el de la Redención, que «se ha formado, podemos decirlo, bajo el corazón de la Virgen de Nazaret, cuando pronunció su ‘fíat’. Desde aquel momento este corazón virginal y materno al mismo tiempo, bajo la acción particular del Espíritu Santo, sigue siempre la obra de su Hijo y va hacia todos aquellos que Cristo ha abrazado y abraza continuamente en su amor inextinguible. Y por ello, este corazón debe ser también maternalmente inagotable. La característica de este amor materno que la Madre de Dios infunde en el misterio de la Redención y en la vida de la Iglesia, encuentra su expresión en su singular proximidad al hombre y a todas sus vicisitudes. En esto consiste el misterio de la Madre».

Este misterio es el de «la Madre de nuestra confianza», precisamente porque «el eterno amor del Padre, manifestado en la historia de la humanidad mediante el Hijo que el Padre dio ‘para que quien cree en él no muera, sino que tenga la vida eterna’ (Jn 3, 16), ese amor se acerca a cada uno de nosotros por medio de esta Madre y adquiere de tal modo signos más comprensibles y accesibles a cada hombre».

La raíz más honda de este misterio materno es esencialmente trinitaria: «María es Madre de la Iglesia, porque en virtud de la inefable elección del mismo Padre Eterno y bajo la acción particular del Espíritu de Amor, ella ha dado la vida humana al Hijo de Dios, ‘por el cual y en el cual son todas las cosas’ (Hebr 2, 10), y del cual todo el Pueblo de Dios recibe la gracia y la dignidad de la elección».

Madre de la misericordia

La Encíclica Dives in misericordia contempla la maternidad divina de María como el definitivo cumplimiento de las promesas divinas, como fruto de la misericordia en cuanto fidelidad de Dios a su amor hacia la humanidad; una misericordia que es ensalzada y proclamada por María en el Magnificat. Una misericordia divina que la Virgen de Nazaret ha experimentado como ninguna otra criatura y, al mismo tiempo, en cuya revelación Ella misma ha participado, en modo también único, por su unión al sacrificio del Hijo. En otros términos, «nadie como la Madre del Crucificado ha experimentado el misterio de la cruz, el impresionante encuentro de la trascendente justicia divina con el amor: aquél ‘beso’ dado por la misericordia a la justicia (cfr. Sal 85, 11). Nadie como Ella, María, ha acogido en el corazón aquel misterio: aquella dimensión verdaderamente divina de la redención, que se realizó en el Calvario mediante la muerte del Hijo, junto al sacrificio de su corazón de madre, junto a su definitivo ‘fiat’».

En virtud de esta participación y experiencia de María en el misterio de la misericordia divina, revelado sobre todo en la Cruz de su Hijo, Ella es verdaderamente Madre de la misericordia, ya que «ha sido llamada en modo especial a acercar a los hombres aquel amor, que El, Cristo, había venido a revelar». Este amor misericordioso no cesa de revelarse, en María y por medio de María, en la historia de la Iglesia y de la humanidad: «éste es uno de los gran­ des y vivificantes misterios del cristianismo, tan estrechamente conexo con el misterio de la encarnación». El misterio de la Madre de la misericordia es, a la vez e inseparablemente, el misterio de la maternidad divina de María y el misterio de su maternidad espiritual respecto a todos los hombres. Ella, «con su caridad materna cuida de los hermanos de su Hijo aún peregrinos entre peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la bienaventurada patria». De ahí que esta maternidad de la Virgen Santísima sea modelo de la maternidad de la Iglesia.

También en este contexto resulta claro que la raíz del misterio de María es trinitaria, pues misterio de raíz trinitaria es el amor paterno de Dios manifestado en la encarnación del Hijo y en la adopción filial de los hombres en Cristo.