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Sigue NOTAS PERSONALES DE LA NARRADORA
[El 7 de julio contó que:]
Esta noche he visto a la Santísima Virgen durmiendo en su camareta de casa de Isabel; yacía de costado y dormía tranquilamente con la cabeza sobre el brazo. Estaba envuelta de pies a cabeza en una banda de tela blanca. Bajo su corazón vi una gloria de luz en forma de pera que radiaba luz y estaba circundada de llamitas de una luz indeciblemente clara. Vi que de Isabel salía también el resplandor de una gloria menos clara, aunque brillaba en un ámbito mayor y más redondo; esta luz era menos clara.
[El sábado 8 de julio contó:]
Cuando ayer empezó el sabbat, al anochecer del viernes, vi que encendieron lámparas y que lo celebraban en un sitio de la casa de Zacarías que yo todavía no conocía. Zacarías, José, y media docena de hombres más que probablemente eran de la comarca, rezaban de pie debajo de la lámpara, alrededor de un cofre sobre el que yacían los rollos de las Escrituras. Llevaban pañuelos a la cabeza, y aunque a veces también agachaban la cabeza y alzaban los brazos al rezar, no hacían tantos movimientos ni contorsiones como los judíos actuales.
María, Isabel, y un par de mujeres más estaban separadas por un tabique de celosía, a través del cual miraban al oratorio; todas iban veladas con mantillas.
Tras la cena del sabbat vi que la Santísima Virgen rezó el Magníficat con Isabel en su camareta; las manos cruzadas sobre el pecho y los negros velos caídos sobre los rostros. Rezaban junto a la pared como en el coro, una enfrente de otra. Recé con ellas el Magníficat, y durante la segunda parte, que trata de las promesas de Dios, tuve algunas visiones recientes y remotas de algunos antepasados sueltos de María, de quienes partían hilos de luz hasta ella que estaba rezando delante de mí.
Los rayos de luz de los antepasados masculinos los veía salir siempre de la boca, pero los femeninos los veía salir de debajo del corazón y que iban a parar a la gloria que estaba en María. Cuando la Bendición de Abraham tuvo efecto sobre la futura Virgen María, tenía que vivir cerca del sitio donde ahora ella estaba rezando el Magníficat, pues veía fluir el rayo de luz de Abraham muy cerca de la Santísima Virgen, mientras que los rayos de otros personajes que estaban mucho más cercanos en el tiempo, los veía fluir de mucho más lejos.
Cuando acabaron el Magníficat, que desde la Visitación todos los días las veía rezar mañana y tarde, Isabel se retiró y vi que la Virgen se entregó al reposo. Se quitó el ceñidor y el traje y solo se dejó puesta su larga túnica marrón. En la cabecera del lecho, que era bajo, estaba un rollo de tela que yo había tomado por almohada, pero que ahora vi que era una pieza enrollada de tela de lana de casi un codo de ancho. Sujetó firmemente uno de sus cabos bajo el brazo en el hueco de la axila y se la enrolló en torno a sí de cabeza a pies y luego de pies a cabeza envuelta tan completamente que solo podía dar pasitos. Los antebrazos estaban libres y la envoltura se abría entre el rostro y el pecho. Se envolvió junto al lecho, que tenía un pequeño realce en la cabecera, y se tendió de costado, recta y estirada con la mano bajo la mejilla. A los hombres no los he visto dormir tan envueltos.
[El domingo 9 de julio contó que:]
Ayer sábado, Zacarías llevó durante todo el sabbat el mismo traje que se había puesto cuando empezó el sabbat; una larga túnica blanca con mangas no demasiado amplias, ceñido con un cinturón ancho que le daba varias vueltas, que tenía escritas letras y del que colgaban correas. Este traje tenía sujeta detrás una capucha que colgaba en pliegues desde la cabeza a la espalda, como un velo plegado por detrás.
Cuando hacía algo o iba de día a alguna parte hasta el atardecer, se echaba el traje al hombro junto con el cinturón, y lo metía arrugado en el cinturón bajo el brazo del otro lado.
Entonces le quedaban las piernas muy separadas y envueltas como en una especie de pantalón, cuyas perneras ataba con las correas que sujetaban las sandalias a sus pies desnudos.
Hoy Zacarías le ha enseñado a José su manto sacerdotal que era muy bonito; un manto amplio, pesado y centelleante, blanco y púrpura, que se cerraba sobre el pecho con tres broches enjoyados. No tenía mangas.
No vi que volvieran a comer hasta la noche del sábado al domingo, cuando ya pasó el sabbat. Juntos bajo el árbol del jardín de la casa, comieron hojas verdes que mojaban en salsa, y chuparon buñuelos verdes empapados en ella. En la mesa había también platitos con frutas menudas y otros platos de los que comían algo con espátulas marrones transparentes, creo que sería miel, que comían con espátulas de cuerno. Vi que también les trajeron panecillos y se los comieron.
Tras esto, al claro de la luna José emprendió su viaje de vuelta acompañado de Zacarías. La noche estaba apacible y cuajada de estrellas. Antes de separarse rezaron juntos. José volvía a llevar su hatillo con bollos y un cantarillo, y su bastón curvado por arriba; Zacarías tenía un bastón largo con un pomo arriba y ambos se habían echado la capa de viaje por la cabeza. Antes de partir abrazaron alternativamente a María y a Isabel, y aunque las apretaron contra su corazón, no vi que entonces las besaran. Se despidieron con toda pureza y sosiego, las dos mujeres los acompañaron un ratito, y luego volvieron paseando solas en la noche indescriptiblemente serena.
Isabel y María volvieron entonces a la casa y entraron en la camareta de esta última. En la pared del cuarto ardía una lámpara de un solo brazo como siempre que María rezaba o se iba a acostar. Ambas mujeres se pusieron de pie una frente a otra, dejaron caer el velo y rezaron el Magníficat.
En esta ocasión se me repitieron las visiones prometidas que hace poco había olvidado; pero esta noche pasada he visto tantas cosas que ahora solo podría decir poca cosa. Solo he visto la transmisión de la Bendición hasta José el egipcio8.
[El martes 11 de julio dijo:]
Esta noche he tenido una visión de Isabel y María, de la que ahora solo recuerdo que estuvieron rezando toda la noche, no sé por qué causa. Por el día he estado viendo a María realizar toda clase de labores, como por ejemplo trenzar una colcha.
Vi que José y Zacarías, todavía de camino, se metieron en un cobertizo a pasar la noche; habían dado un gran rodeo, creo que para visitar a mucha gente; me parece que necesitaron tres días de viaje. Aparte de eso he olvidado la mayoría de las cosas.
[El jueves 13 de julio contó:]
Ayer, miércoles 12, vi a José de nuevo en su casa de Nazaret; no parecía haber ido a Jerusalén, sino derecho a su casa. La criada de Ana se ocupaba de todo e iba y venía de casa de Ana; por lo demás, José estaba solo.
También vi a Zacarías volver a su casa. Isabel y María rezaban el Magníficat de pie como siempre y hacían de todo. Por la tarde pasearon por el jardín donde estaba la fuente, cosa que allí no es frecuente, y por eso llevaban siempre un cantarillo con zumos. Las más de las veces paseaban por los alrededores al atardecer, cuando refrescaba, pues la casa de Zacarías estaba aislada y rodeada de campos. Habitualmente, a las nueve ya estaban en la cama, pero al alba ya estaban siempre levantadas.
[Esto es todo lo que contó Ana Catalina de sus contemplaciones sobre la visita de la Santísima Virgen a casa de Isabel. Hay que señalar que, aunque lo contó a primeros de julio, con ocasión de la Fiesta de la Visitación de María, la visita de María probablemente fue en marzo, porque ya el 25 de febrero se explayó sobre el mensaje de la Encarnación, y muy poco después la vio emprender viaje a casa de Isabel. Además, Ana Catalina vio que José fue a la Pascua, que se celebraba el 14 Nisán, mes que corresponde a nuestro marzo.]