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3 septiembre 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«SUPER SlON, M0NTEM SANCTUM EIUS» La Santa Iglesia: católica, apostólica, romana

El monte Sión

Sión es un monte.

Sión significa la Iglesia.

Con estos datos, los Padres ponen de relieve dos características fundamentales de la Iglesia: La Iglesia se llama monte propter eminentiam et firmitatem: a causa de su elevación y su fir­meza.

La Iglesia es alta, eminente; la Iglesia es firme, estable.

Alta en virtudes, elevada en la vida moral.

La Iglesia se asemeja al monte Sión, desde don­de el pueblo de Dios oteaba el horizonte para ver quiénes se acercaban a la santa ciudad. Dé ese modo, tenían tiempo para prepararse: prepararse para recibirlos amistosamente, si ve­nían en son de paz; prepararse para rechazarlos enérgicamente, si venían a destruir.

Virtud de la caridad, y virtud de la fortaleza: virtud es la actitud de la Iglesia que abre sus brazos a todos los hombres sin distinción de ra­za, de color, de posición social; y virtud es también la plegaria de su liturgia cuando reza a Dios: ut inimicos sanctae Ecclesiae humiliare digneris, te rogamus, audi nos: que te dignes humillar a los enemigos de la Igle­sia, te rogamos, óyenos.

En uno y otro caso, en todos los casos, la Igle­sia es «alta in virtutibus» como les gusta decir a los Padres: grandiosa por su virtud.

La Iglesia es, además, firme como roca, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 5). Asentada sobre los Apóstoles, tiene al mismo Cristo como piedra an­gular.

Cuenta Chesterton que, en Heliópolis, reinaba un faraón que se consideraba todopoderoso: el amo del mundo. Pero una tarde, un mendigo se le acercó y le dijo:

Dame todo lo que tienes: tus ropas, tus ban­quetes, tu opulencia... El faraón soltó una carcajada:

Encerrad a este loco, dadle muerte en la pri­sión...

El pordiosero alzó su frente:

Yo soy más fuerte que tú: yo soy el tiempo. El mendigo recorrió la tierra: Babilonia, Nínive, Atenas, Cartago... Y en todas partes repetía su es­tribillo demoledor: Soy más fuerte que tú: soy el tiempo.

Una mañana, desde la plaza de San Pedro, su­bió hasta el Vaticano.

Pero allí, le salió al encuentro un anciano vesti­do de sotana blanca, amable, sonriente:

Bienvenido, tiempo. Yo soy más fuerte que tú: yo soy la eternidad.