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Santo Tomás agrupa las bienaventuranzas en cuatro apartados:
I. Las bienaventuranzas que se relacionan directamente con la eliminación del pecado. Son tres: la pobreza, la mansedumbre, la compunción; y liberan de la vana felicidad que la vida voluptuosa promete:
a) Muchos hombres buscan en las riquezas y en los honores una superioridad sobre los demás. Pero Cristo dice que la felicidad verdadera está en la pobreza voluntaria, por el reino de los cielos.
La virtud de la pobreza lleva consigo una actitud de desprendimiento respecto de todas las cosas del mundo, lleva también —y más— el vaciamiento y despojo del hombre viejo que tantas veces quiere salir por sus fueros.
Omnia mea tua sunt: todo lo que tengo, Dios mío es tuyo: dispón de mí. La pobreza es disponibilidad sin límites a la voluntad de Dios.
Hay quienes buscan la seguridad de sus vidas en la fuerza, en los litigios, en la guerra cruel, deseosos de destruir a otros hombres que les hacen sombra. Pero Cristo dice que no: la felicidad está en la mansedumbre, en la comprensión. Es doctrina muy elevada.
No es fácil en modo alguno entender aquellas palabras de Cristo: Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; si alguien te quiere arrebatar el manto, déjale también la túnica...
Nos parece una exageración, un hebraísmo, una hipérbole.
Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón: Ojalá seamos buenos discípulos de tan buen maestro: amabilidad con todos, delicadeza en el trato... Es todo un programa de vida.
Hay, finalmente, quienes buscan aturdirse en los afanes del mundo, divertirse..., no pensar en la muerte, ni en el pecado..., evitar toda contrariedad y todo trabajo... Pero Cristo dice que el consuelo del alma no viene por esos caminos: es don de Dios y de Dios viene.
Bienaventurados los que lloran: Todo hombre es pecador: el espíritu de compunción debe acompañarlo siempre: Nocte rigabo lectum meum lacrimis meis, así decía el rey David al considerar su pecado: mis lágrimas empapan, cada noche, el lecho donde me acuesto. Y San Pedro flevit amare, lloró amargamente: hasta hacérsele surcos en las mejillas. Había dicho: Nescio hominem istum: no conozco a Jesús.
Pero no sólo mis pecados. También los pecados de los demás hombres. Bienaventurados los que lloran, pues completan en su cuerpo lo que falta a la pasión de Jesucristo por su Iglesia.
Pobreza, mansedumbre y contrición: bienaventuranzas que liberan el alma, rompiendo las ataduras del mal.
Las dos bienaventuranzas siguientes —hambre de justicia y misericordia— pertinent ad opera activae beatitudinis: pertenecen a las obras de la felicidad activa.
Justicia es dar a cada cual lo que le pertenece: a Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César, a cada uno lo que es de cada uno: cui tributum, tributum; cui vectigal, vectigal...: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; y al que honor, honor.
Dice santo Tomás: El Señor nos quiere hambrientos de esta justicia, y que nunca nos sintamos saciados de ella en esta vida... De esa forma, en la vida eterna nos saciará la perfecta justicia de Dios.
Mientras el hombre vive en pecado, no tiene hambre y sed de justicia; cuando empieza a eliminar el pecado en su vida, el hambre y la sed de justicia empieza a acuciarlo.