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15 septiembre 2024

Fernando Ocáriz. María y la Trinidad.

Madre por obra del Espíritu Santo

En Dominum et vivificantem, Juan Pablo II contempla especialmente a Santa María en su relación singular con cada una de las tres Personas divinas. Ante todo, en Ella se hace hombre el Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo: «Los dos evangelistas, a quienes debemos la narración del nacimiento y de la infancia de Jesús de Nazaret, se pronuncian del mismo modo sobre esta cuestión. (...) Έ1 Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios’ (Le 1, 35). (...) ‘María estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo’ (Mt 1, 18). Por esto, la Iglesia desde el principio profesa el misterio de la encarnación, misterio-clave de la fe, refiriéndose al Espíritu Santo. Dice el Símbolo Apostólico: ‘que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen’. Y no se diferencia del Símbolo nicenoconstantinopolitano cuando afirma: Ύ por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre’».

«El Espíritu Santo —se afirma poco más adelante—, que cubrió con su sombra el cuerpo virginal de María, dando comienzo en ella a la maternidad divina, al mismo tiempo hizo que su corazón fuera perfectamente obediente a aquella autocomunicación de Dios que superaba todo concepto y toda facultad humana (...) María entró en la historia de la salvación del mundo mediante la obediencia de la fe».

Esta maternidad virginal de Santa María, que Ella aceptó en la obediencia de la fe, es un misterio «cuya fuente se encuentra en el eterno Padre», pues la Encarnación es «la misión del Hijo». Y de la maternidad divina de la Virgen Santísima deriva su maternidad espiritual por la que Ella coopera también con el Espíritu Santo en la generación sobrenatural de los hijos del Padre en Cristo. Por eso, como en Pentecostés, «la Iglesia persevera en ora­ ción con María. Esta unión de la Iglesia orante con la Madre de Cristo forma parte del misterio de la Iglesia desde el principio».

Esta primera aproximación a nuestro tema, muestra que, en las Encíclicas trinitarias de Juan Pablo II, la relación entre la Virgen Santísima y la Trinidad divina es contemplada en una clave eminentemente bíblica, que manifiesta con especial claridad que el misterio de María es el misterio de la Madre: Madre del Hijo de Dios, Madre de la Iglesia y cada cristiano: y que estas dos facetas de la maternidad de María tienen «raíz trinitaria».

Hija, Madre y Esposa de Dios

La teología y la piedad mariana de los cristianos han sabido ver siempre en María relaciones distintas a las Personas divinas. Quizá la terminología más común ha sido: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. Sin embargo, es evidente que estas tres expresiones se encuentran en niveles distintos, pues la primera —Hija de Dios Padre— no se deriva directamente de la Encarnación sino de la gracia de la adopción, común a todos los elevados al orden sobrenatural, mientras que las otras dos hacen directa referencia a la Encarnación. Por otra parte, no es con igual propiedad como se profesa que María es Madre de Dios Hijo que como se dice que es Esposa de Dios Espíritu Santo. Ella ha dado a la segunda Persona de la Trinidad todo lo que una mujer da a su hijo (y, por eso, es propia y verdaderamente Madre del Verbo encarnado), mientras que la Virgen no ha recibido del Espíritu Santo lo que una mujer recibe de su esposo en la generación del hijo: Cristo, en efecto, bajo ningún sentido puede llamarse hijo del Espíritu Santo. Sin embargo, el título de «Esposa del Espíritu Santo», que se hizo relativamente frecuente a partir del siglo XIII y que ha sido después empleado también por los Romanos Pontífices, tiene un preciso fundamento, como veremos más adelante.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que el misterio de la maternidad divina de María no consiste sólo ni principalmente en que una virgen sea madre, pues una concepción virginal, aunque milagrosa, habría producido un simple hombre si la naturaleza hu­ mana engendrada no hubiese sido asumida por la Persona divina. El misterio consiste esencialmente en que una mujer sea Madre de Dios; es decir, el misterio de la Madre es el mismo misterio del Hijo Unigénito del Padre hecho hombre en Ella y de Ella. Ante la profundidad de esta realidad sobrenatural, la teología y la piedad cristiana han procurado «completar» de algún modo aquellas expresiones con otras aparentemente incompatibles: Esposa del Padre, Hija del Hijo, Esposa del Hijo, Templo del Espíritu Santo, etc.

Sin embargo, para intentar hacer un poco más penetrante nuestra contemplación teológica de este altísimo misterio, más que analizar los términos hija, madre, hermana, esposa, templo, etc. en su posible aplicación a María respecto a las Personas divinas, parece oportuno ir más a la raíz.