-
San Alfonso María de Ligorio
Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima.
VISITA XVI.
¡Oh si los hombres recurriesen siempre al Santísimo Sacramento a buscar el remedio de sus males! Por cierto que no serían tan miserables como son. Lloraba Jeremías, diciendo: ¿Acaso no hay resina o bálsamo en Galaad o no hay ya aquí médico? (Ier 8, 22). Galaad, mente de la Arabia, rico de ungüentos aromáticos, como nota Beda, es figura de Jesucristo que tiene aparejados en este Sacramento todos los remedios para nuestros males. ¡ Oh hijos de Adán! Parece, pues, que dice el Redentor: ¿por qué os quejáis de vuestros males cuando tenéis en este Sacramento el médico y el remedio de todas vuestras aflicciones? Venid a mí todos los que trabajáis y estáis oprimidos del peso de vuestra carga, que yo os aliviaré. ¡Ay, Señor mío! Permitidme que os diga con las hermanas de Lázaro: Ved aquí que está enfermo aquel que amáis. Señor, yo soy aquel miserable que amáis; tengo mi alma llena de llagas, que en ella abrieron mis enormes pecados, y vengo a Vos, oh mi divino médico, para que me sanéis. Si Vos queréis podéis sanarme: Sanad, pues, a mi alma, porque he pecado contra vos.
Atraedme, mi dulcísimo Jesús, con los amabilísimos atractivos de vuestro amor. Estimo en más estar unido con vuestro corazón que ser señor de toda la tierra. No deseo otra cosa en este mundo sino amaros. Poco o nada tengo que daros. Mas si pudiese poseer todos los reinos del mundo solamente los quisiera para renunciarlos por vuestro amor. Os entrego cuanto soy y valgo, cuanto tengo y poseo: parientes, comodidades, gustos y hasta las mismas consolaciones espirituales. En vuestras manos pongo mi libertad, mi voluntad y todo mi afecto. Os amo, bondad infinita; os amo más que a mí mismo y espero amaros eternamente.
La comunión espiritual, etc.
A María Santísima
¡Oh Santísima Virgen! Socorred a aquellos que imploran vuestra asistencia. Volveos a nosotros, oh clementísima Madre. ¿Podríais, por ventura, olvidaros de los hombres porque sois Madre de Dios? ¡Ah! No, ciertamente. Vos ya sabéis los peligros en que vivimos y el estado miserable en que se hallan vuestros siervos. No, no conviene a una misericordia tan grande como la vuestra olvidarse de una tan grande miseria como la nuestra. Reprimid con vuestro poder el furor de nuestros enemigos. Si Vos nos ayudáis con eficacia, jamás prevalecerán contra nosotros. Porque aquel Señor que es omnipotente os ha hecho poderosísima en el cielo y en la tierra, y cuanto sois más poderosa, tanto sois más misericordiosa.
VISITA XVII
Las almas amantes no tienen mayor contento que estar en la presencia de las personas que aman. Si amamos, pues, y amamos de veras a Jesucristo, aquí estamos en su presencia. Jesús en el Sacramento nos ve y nos oye, y nosotros ¿no le diremos nada? Ahora consolémonos con su compañía, gocémonos de su gloria y de aquel fervoroso amor con que tantas almas le adoran en el Santísimo Sacramento. Deseemos que todos amen a Jesús Sacramentado y le consagren sus corazones. Al menos nosotros consagrémosle todo nuestro afecto, de suerte que Jesús sea en adelante todo nuestro deseo y todo nuestro amor. El padre Salesio se sentía transportado de consolación al oír hablar del Santísimo Sacramento. No se saciaba jamás de visitarle. Si era llamado a la portería, si volvía a la celda, de todas estas ocasiones se servía para duplicar las visitas a su amado Señor, de tal suerte que apenas pasaba hora del día que no le visitase, y mereció, en fin, morir en manos de los herejes en defensa de la verdad de este Sacramento. Oh si yo tuviera la dicha de morir por un tan bello motivo de defender la verdad de este Sacramento, por el cual Vos, oh amabilísimo Jesús, nos habéis hecho conocer la grandeza del amor que nos tenéis! Mas, Señor mío, ya que hacéis tantos milagros en ese Sacramento, haced ahora otro prodigio más: atraedme todo a Vos, dadme las fuerzas que he menester para amaros con todo mi afecto. Los bienes del mundo dadlos a quien os agrade. Yo los renuncio todos. Lo que quiero y por lo que ansiosamente suspiro es por vuestro amor. Esto es lo que ahora os pido y siempre os pediré: os amo, mi Jesús; dadme vuestro amor y nada más os pediré.
La comunión espiritual, etc.
A María Santísima
¡Oh Madre de Dios! Ya sé que sois toda benigna y que nos amáis con un amor sumamente compasivo. ¿Cuántas veces aplacáis la ira de nuestro juez, haciendo que suspenda los castigos que merecemos? Todos los tesoros de la misericordia de Dios están en vuestras manos. ¡Ay, Señora mía! Vos, que no perdéis ocasión de salvar los miserables que, arrepentidos, recurren a Vos y de hacerlo participantes de vuestra gloria, nunca dejéis de favorecernos en el cielo, pues la mayor gloria que podemos tener después de la vista y posesión de Dios es la de veros y de amaros y de estarnos debajo de vuestra dulce protección. Oíd, Señora, ahora nuestras súplicas, ya que vuestro Hijo quiere honraros, no negándoos cosa alguna de cuantas le pidiereis.