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20 agosto 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«Ego constitutus sum rex» Jesucristo, Rey del Universo.

Barrabás es ladrón y homicida (Jn 18, 40).

Para muchos, empero, representa la libertad: porque grita: «rompamos sus cadenas, destroce­mos su yugo».

Cristo, en cambio, aparece como rey de burlas, rey coronado de espinas, y su trono es la Cruz, a la que está sujeto. Con tres clavos.

Cristo dice: No podéis servir a Dios y al di­nero (Mt 6, 24): quiere liberar al hombre de la esclavi­tud del dinero.

Pero Barrabás dice: No hagas caso; ven con­migo, y yo te haré Rey de Oros. Como a Midas.

Cuanto toques se transformará en oro, en dinero, en riquezas sin tasa.

Cristo predica la mansedumbre y la paz: Mete tu espada en la vaina: que quien a hierro mata, a hierro muere (Mt 26, 52).

Pero Barrabás protesta: No es verdad; esa es la moral de los esclavos: sólo los esclavos ofrecen la otra mejilla. Vente conmigo: Yo te haré Rey de Espadas: tendrás la ley del poder y de la fuerza: esa es la moral de los héroes y de los hombres de honor.

Cristo enseña: Tened cuidado, no sea que se apeguen vuestros corazones a la glotonería y a la embriaguez... (Lc 21 ,34): sobriedad, moderación, vigilan­cia.

Pero Barrabás escarnece ese programa. Y dice a cuantos se le acercan: Vente conmigo. Yo te ha­ré Rey de Copas: como el rey Momo de los car­navales, el rey de las francachelas y las orgías, el rey de las drogas y del placer.

Cristo establece una línea de conducta para aquellos que le siguen: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, orad por los que os maltratan. Al que os abofetee en una mejilla, presentadle la otra; al que os arrebate el manto, no le impidáis tomar también la túnica... (Lc 6, 27-29).

Pero Barrabás se revuelve furioso: Esa conduc­ta anula la personalidad. Ven conmigo: Yo te ha­ré Rey de Bastos. La gente no entra en razón: el rey de palos es el único que tiene medios eficaces para convencer. Ven conmigo, sígueme: tendrás el triunfo asegurado.

Barrabás es la orgía y el placer; Barrabás es el poder y la fuerza.

Por eso muchos, muchos, eligen a Barrabás. Y proclaman la muerte de Dios.

Pero... el que habita en los cielos se ríe, Dios se burla de ellos: la respuesta a la rebeldía de los hombres es estremecedora: regnavit a ligno Deus: Cristo reina desde la Cruz.

La Cruz no es fracaso —aunque lo piensen así las gentes y los pueblos— sino trono de vencedor. «Mors mortua est»: la muerte ha sido derrotada. Desde entonces ya no reina la muerte sino Cristo: Ego constitutus sum Rex: Yo he sido constituido Rey.

Y Cristo, Rey, desde la Cruz, dice: Padre, perdo­na a los que siguen a Barrabás: no saben lo que hacen (Lc 23, 24).

Los cristianos, los verdaderos cristianos, los que meditan seriamente las palabras del Salmo 2, que estamos comentando, deben hacerse eco —siempre y en todo lugar— de esta plegaria. Y gritar a los cuatro vientos: Todos los seguidores de Barrabás, intelligite... erudimini...: entended bien, captad en profundidad las palabras de Jesús: tomad su cruz de cada día y seguidlo. Cuesta ciertamente seguir a Cristo; pero seguir a Barrabás aniquila.

Dominus Iudex noster, Dominus Legifer noster, Dominus Rex noster: Ipse salvabit nos: Jesu­cristo, nuestro Juez, nuestro Señor, nuestro Rey: Él nos salvará de Barrabás.

La mirada debe estar fija en Jesús, el oído debe estar atento a sus palabras, el corazón debe buscar en todo momento su reino y la justicia de su reino: que todo lo demás es añadidura.

No se admiten actitudes de niños caprichosos: os hemos entonado cantares alegres, y no habéis bailado; cantares lúgubres y no habéis llorado (Mt 11, 17).

No se admiten invitados descorteses que dan preferencia a una yunta de bueyes, a una casa de recreo, o a una mujer (Lc 14, 16).

No se admiten hombres insensatos cuyo corazón está puesto en ese silo que van a ampliar para que le quepa más grano (Lc 12, 16).

Por el contrario, hacen falta hombres decididos, «con ánimo despegado de las riquezas y de los regalos terrenos, llenos de mansedumbre en sus vidas y hambrientos de justicia y santidad, dis­puestos a negarse a sí mismos, a cargar con la cruz, y a seguir de cerca, muy de cerca, a Cristo Rey» (Pío XI, Encíclica Quas primas). Su reino es como un grano de mosta­za (Mt 13, 31) que posee intrínseca eficacia (Mc 4, 26-29), aunque en los malos terrenos no llegue a dar el fruto ape­tecido (Mt 13, 1-13).

Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, spes nostra: Salve, Reina, Madre de Misericor­dia: ayúdanos a ser fieles, y ya que para entrar en el cielo es necesario pasar por muchas tribulacio­nes (Hech 14, 22), danos fortaleza: para que trabajemos sin descanso por el establecimiento del Reino de Dios.