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13 agosto 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«Ego constitutus sum rex» Jesucristo, Rey del Universo.

El reinado de la muerte


Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte (Rom 5, 12). Et regnavit mors: reinó la muerte; es decir,

reinó la brutalidad de los que se enfurecían, de los que meditaban planes vanos, pensan­do ser como Dios;

reinó la insolencia de los que —asesorados por el demonio— se pusieron de acuerdo pa­ra contrariar los preceptos de Dios;

reinó el programa negativo de los que grita­ban: «rompamos sus cadenas, destrocemos su yugo».

Reinó la muerte: y los hombres quedaron so­metidos a su reinado.

Haec est, mors, victoria tua; hic est, mors, stimulus tuus (1Cor 15, 55): la victoria de la muerte, el agui­jón de la muerte.

¡Regnavit mors!

Yo he sido constituido Rey

La escena, en el palacio de Poncio Pilato.

Jesucristo a un lado, y al otro Barrabás. En medio, el gobernador.

Fuera del pretorio —ut non contaminarentur: para no contaminarse—, (Jn 18, 28) la chusma, inci­tada por los príncipes y los Sumos Sacerdotes.

De pronto una pregunta:

¿A quién queréis que os deje libre: a Jesús, a quien llaman el Cristo, o a Barrabás? (Mt 27, 17).

Bramaron las gentes y los pueblos trazaron planes vanos contra el Señor y contra su Ungido. Y hubo un grito unánime: A Barrabás.

Otra pregunta de Pilato, contemporizador:

¿Y qué haré con Jesús, el Rey de los Ju­díos? (Mc 15, 12).

Se levantaron los reyes de la tierra, y los prín­cipes se pusieron de acuerdo. Y hubo otro grito unánime: ¡Crucifícalo!