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10 agosto 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

Sigue LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA

¡Ay! ¡Qué distinto es Nazaret de Jerusalén! Allí las mujeres tienen que quedarse en el atrio sin poder entrar en el Templo, y solo los sacerdotes pueden entrar en El Santo, pero aquí en Nazaret, en esta iglesia, el Templo mismo es una doncella, y el Sumo Sacerdote y el Santísimo están en ella, y con él solo está ella. ¡Qué amoroso y qué maravilloso es todo, y sin embargo, qué cosa más sencilla y natural! Se han cumplido la palabras de David en el salmo 45: «El Espíritu santificó el Tabernáculo; Dios está en medio de ellos y no serán quebrantados»².

Este misterio lo vi a medianoche. Al cabo de un rato, Ana y las demás mujeres entraron donde María; un maravilloso movimiento de la Naturaleza las había despertado del sueño; una nube de luz había aparecido sobre la casa. Cuando vieron que la Santísima Virgen se arrodillaba bajo la lámpara en éxtasis profundo, se volvieron a marchar reverentemente.

Al cabo de un rato de estar de rodillas, la Santísima Virgen se levantó, fue al altarcito del oratorio en la pared y dejó caer para que se desenrollara el cuadro colgado en la pared, en el que estaba la misma representación de una figura humana envuelta en velos que había visto en casa de Ana cuando preparaba su viaje al Templo. Encendió la lámpara sujeta a la pared y rezó de pie delante de ella; en un pupitre más alto tenía ante sí los rollos de las Escrituras. Luego la vi irse a la cama a eso del alba.

Entonces mi guía me sacó afuera, y cuando ya estaba en el pequeño patio delantero de la casa me asusté mucho pues allí acechaba escondida la asquerosa serpiente, que se me tiró y quería meterse en los pliegues de mi ropa. Yo tenía un miedo horrible, pero mi guía me sacó rápidamente de allí y de nuevo aparecieron los tres espíritus que volvieron a pegar al monstruo, cuyos horribles gritos todavía creo oír con escalofríos.

Esa noche, al contemplar el misterio de la Encarnación, todavía tuve algunas enseñanzas.

Ana tuvo la gracia de una iluminación interior y la Santísima Virgen supo que había concebido al Mesías, al Hijo del Altísimo; todo su interior estaba iluminado a los ojos de su alma. Pero a pesar de ello María aún no sabía que el trono de David su padre que daría el Señor a su hijo sería sobrenatural; y tampoco sabía entonces que la casa de Jacob sobre la que iba a reinar por toda la eternidad, según las palabras de Gabriel, sería la Iglesia en la que volvería a reunirse la Humanidad renacida. La Santísima Virgen creía que el Salvador sería un rey santo que purificaría a su pueblo y le daría la victoria sobre los infiernos. Tampoco sabía entonces que para salvar a los humanos, este rey tendría que morir de amarga muerte.

Se me enseñó por qué el Salvador quiso permanecer nueve meses en el seno de su madre, por qué quiso nacer niño en vez de nacer perfecto y tan hermoso como el Adán recién creado, pero ya no soy capaz de contarlo con claridad.

Sin embargo todavía persiste en mí la certeza de que el Salvador quiso volver a santificar la concepción y el nacimiento humanos, tan envilecidos por el pecado original.

Y María había llegado a ser madre suya y él no había venido antes, porque solo ella, y ninguna otra criatura antes ni después de ella, era el vaso limpio para la gracia que Dios prometió a los hombres de humanarse y rescatarlos de sus culpas al satisfacer con su Pasión.

La Santísima Virgen era la única flor pura que brotó en el género humano, y floreció en la plenitud de los tiempos. Desde el principio habían contribuido a su llegada todos los seres humanos que fueron hijos de Dios y lucharon por la Salvación. María era el único oro puro de toda la Tierra. De toda la Humanidad, solo María era carne pura y sangre inmaculada, preparada, depurada, congregada y ungida por todas las generaciones de sus antepasados; dirigida, protegida y fortalecida por la Ley hasta que brotó como plenitud de la gracia. Estaba prevista desde toda la eternidad y pasó por el tiempo como madre del Eterno.

[En las fiestas de la Madre de Jesús, la Iglesia hace decir de sí misma a la Virgen en los Proverbios de Salomón por boca de la Sabiduría divina:]

El Señor me poseyó desde el principio de sus caminos, antes que hiciera nada en el comienzo. Fui decretada eternamente y desde el principio, antes que fuera hecha la Tierra. Aún no existían los abismos y yo ya había sido concebida; aún no habían brotado las fuentes de las aguas, aún no habían sido asentados los montes con su pesada mole; yo fui engendrada antes que los collados.

»Aún no había hecho la Tierra ni los ríos ni los quicios del orbe de la Tierra. Cuando preparaba los cielos, allí estaba yo; cuando ceñía los abismos con valla y ley inmutable; cuando afirmaba los astros arriba y nivelaba las fuentes de las aguas; cuando ponía términos al mar y dictaba la ley a las aguas para que no pasaran de sus límites; cuando pesaba los fundamentos de la Tierra, con Él estaba yo, ordenándolo todo, y me deleitaba todos los días jugando delante de Él todo el tiempo; jugando con el orbe de las tierras; y mis delicias eran estar con los hijos de los hombres.

»Ahora pues, hijos míos, oídme. Bienaventurados los que guardan mis caminos. Escuchad el consejo y sed sabios y no lo despreciéis. Bienaventurado el varón que me oye y que vela todos los días a mi puerta y que guarda los umbrales de mi puerta. El que me encontrare a mí, encontrará la vida y beberá a la salud del Señor.

La Santísima Virgen tenía unos catorce años en el momento de la encarnación de Cristo. Cristo llegó a los 33 años y tres veces seis semanas; y digo tres veces seis porque así me lo han mostrado en este momento, este número seis tres veces repetido.

LA VISITACIÓN DE MARÍA

[LA IGLESIA habla de esta fiesta con palabras del Cantar de los Cantares:

Voz de mi amado: vedlo como viene, saltando montes y brincando el collado. Mi amado es como un corzo o cervatillo; ¡mira! está detrás de nuestra pared, mira por la ventana y por la reja. ¡Mira! me habla:

—¡Levántate, corre, amiga mía, paloma mía, hermosa mía y ven! Pues ya ha pasado el invierno y ya ha pasado la lluvia, y ha cesado. Las flores aparecen en nuestros campos; el tiempo de la nieve ya se ha ido; la voz de la tórtola se ha oído en nuestros campos; la higuera hace brotar sus higos; las viñas florecidas dan su aroma. ¡Levántate, amiga mía, hermosa mía y ven! Paloma mía: en los agujeros de las peñas, en los agujeros de los muros, muéstrame tu rostro y haz sonar tu voz en mis oídos, pues tu voz es dulce y tu cara hermosa.]